La guerra contra las drogas es similar a la guerra contra el alcohol en los años 30.

Hoy se cumplen ochenta años de que fuera derogada la “ley seca” en Estados Unidos. De 1919 a 1933 estuvo prohibida la producción y distribución de alcohol en ese país. Tal restricción fue defendida por grupos religiosos opositores al consumo de licor. Lo que nunca sospecharon estos grupos, fue que su logro legislativo despertaría y financiaría una de las olas criminales más sangrientas de la historia. Personajes como Al Capone hicieron su fortuna y dirigieron ejércitos con la producción y distribución del alcohol ilegal. El camino al infierno, dice el refrán, está empedrado de buenas intenciones.

Los productores y distribuidores (traficantes) de alcohol ilegal operan en la incertidumbre. En cualquier momento les puede caer encima la fuerza de la ley y cerrar sus negocios. En tales circunstancias, los productores tienen incentivos para producir bebidas alcohólicas mucho más concentradas y de peor calidad. Cuanto mayores sean los esfuerzos de la policía y más certera la mano de la justicia, mayores serán los costos de operar fuera de la ley. Esto eleva el precio del alcohol que paga el consumidor. El elevado precio del alcohol ilegal significa que las ganancias de sus traficantes y productores son exorbitantes. Esas fueron las ganancias que le permitieron a Capone contratar a sus sicarios y corromper a oficiales de la seguridad y la justicia en Estados Unidos.

Estados Unidos aprendió la lección a un precio muy alto. Hoy, países como México, Guatemala y Colombia pagan el precio de otra prohibición. La guerra contra las drogas es similar a la guerra contra el alcohol, pero el resultado está siendo mucho más sangriento. Las ganancias, de miles de millones al año, corrompen nuestro sistema de seguridad y de justicia. Los traficantes de drogas protegen celosamente y a cualquier precio sus canales de distribución. Solo en México han fallecido más de cien mil personas durante los últimos seis años, debido a la guerra contra las drogas. La pregunta de fondo es ¿por qué la violencia de la guerra contra las drogas se concentra en nuestros países y no llega a Estados Unidos?

Fuente: Centro de Estudios Económico – Sociales (Guatemala)