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Latin America

Opinión: Golpe de estado y democracia – por Manuel Suárez Mier

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morsifue13El reciente golpe militar en Egipto ha reavivado un debate muy antiguo en el ámbito de la política internacional: ¿es admisible el golpe de estado para derrocar a un gobierno legítimamente elegido en las urnas que pretende imponerle a la población por medios autoritarios una ideología o religión que no es aceptable para muchos?

El ensayista Fareed Zakaria calificó como “democracias antiliberales” en un texto publicado en 1997 a los regímenes que pretenden forzar a sus ciudadanos a adoptar el pensamiento de líderes elegidos democráticamente pero que ignoran o remueven los ordenamientos constitucionales diseñados para limitar su poder y despojan a la población de sus libertades esenciales y derechos fundamentales.

En el caso de Egipto era claro que el ahora depuesto Presidente Mohamed Morsi representaba la ideología islamista radical de la Fraternidad Musulmana, un grupo fascistoide fundado en 1928 con la agenda de imponer las enseñanzas del Corán en la sociedad a nivel personal, familiar y del Estado nacional sin distingo alguno.

Se trata de una organización sumamente violenta que ha perpetrado numerosos crímenes y que vivió en la clandestinidad por muchas décadas al ser prohibida por sucesivos gobiernos seculares del país, pero al caer el gobierno de Hosni Mubarak y convocarse a elecciones resultó el grupo mejor organizado para ganarlas.

Este enfrentamiento entre sociedades liberales y gobiernos antiliberales elegidos en las urnas se reproduce en toda la geografía del planeta y no sólo con motivos religiosos como en Egipto. Latinoamérica está bien representada con los gobiernos populistas y autoritarios de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina y Nicaragua. En todos ellos libertades individuales básicas o no existen o están severamente acotadas.

Estados Unidos no ha calificado a lo ocurrido en Egipto como golpe de estado pues ello lo obligaría a cesar de inmediato la cuantiosa ayuda militar que le otorga a ese país, a cambio de que sus fuerzas armadas no entren en conflicto con Israel. Sin esa ayuda la influencia de EU sobre los militares egipcios desaparecería completamente.

En la era de la Guerra Fría EU no se ostentaba como el defensor a ultranza de la democracia como lo hace desde hace un par de décadas y tenía como aliados a numerosos dictadores. Se le atribuye aJohn Foster Dulles, secretario de Estado con el Presidente Eisenhower (1952-1960) en alusión a los dictadores de América Latina, el dicho de que “eran una caterva de hijos de … pero que erannuestros hijos de…”

Aún EU en su papel de promotor universal de la democracia como método para elegir gobiernos legítimos siempre hizo excepciones, como en los casos de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes, donde resultó claro que remover a sus gobiernos autoritarios y nada democráticos pero leales aliados de EU podría resultar en problemas insolubles.

Como escribió el columnista George F. Will en el Washington Post de ayer “es difícil darle la bienvenida al derrocamiento militar de un (gobierno) engendrado en la democracia, pero resulta aún más difícil lamentar un golpe (de Estado) profiláctico contra la explotación de un éxito democrático para adoptar medidas contrarias al desarrollo de una cultura democrática.”

La tiranía que pretendió imponer el gobierno de la fraternidad Musulmana de Morsi en Egipto se basaba en la fusión de la política y la religión lo que significa la imposibilidad que se dé el pluralismo que florece en toda sociedad moderna y llevaba irremisiblemente  a la violación de los derechos naturales de millones de egipcios que no concuerdan con la estrecha visión dogmática del fundamentalismo islamita.

La democracia como el medio idóneo para elegir a nuestros líderes no puede por ningún motivo desvincularse de la república, como el sistema político sustentado en el imperio de la ley y en la protección de los derechos fundamentales y las libertades civiles de la totalidad de la población, no sólo de su mayoría.

La otra explicación –que no justificación- de la caída de Morsi fue su increíble incompetencia en el ejercicio del poder, lo que agravó una crisis económica que varios expertos consideran como irreversible. La crucial industria turística está en ruinas, el desempleo, la inflación y la fuga de capitales disparándose sin control.

Pero el problema básico de Egipto es que no produce la suficiente comida para alimentar a sus habitantes y carece de los recursos para hacer las importaciones requeridas. De allí la urgencia de ultimar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y aplicar medidas urgentes para detener la hemorragia económica. Ojalá que el nuevo gobierno pueda atender esta apremiante prioridad.

Fuente: Asuntos Capitales (México)

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