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Latin America

Opinión: El dolor de Venezuela – por Armando de la Torre

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Una bella joven inocente, en una capital de provincia venezolana, sale a la calle por primera vez a expresar con sus compañeros de aula su indignación contra los abusos del dictador de turno. Los sicarios de este la ultiman de un balazo al cerebro.

En Cuba, una joven madre traicionada por su esposo, se lanza al mar con su hijito, y con una docena de otros no menos abusados que ella misma, en busca de la mínima libertad que el dictador, a su vez también de turno, caprichosamente les rehúsa. Aquella improvisada y endeble balsa zozobró, casi a la vista de las costas de la Florida, a la que se les había adelantado integrantes de sus propias familias. Una llanta de camión, sin embargo, se desprendió y flotó a la deriva. La madre, desesperada, coloca con sobrehumano esfuerzo en ella, a su hijo de seis años, lo besa por última vez, y se hunde para siempre, pasto, quizás, de hambrientos tiburones… Simples “detalles” para los políticos iberoamericanos que presiden sobre otros pueblos…

Un joven venezolano, asediado por los esbirros del dictador, es buscado por la implacable policía secreta del régimen. Para evitar daños mayores a sus seres queridos, se entrega y lo desaparecen de la vista pública a la espera de un juicio “popular”… Lo que me recuerda a aquellos dos jóvenes audaces que se situaron de noche al final de la pista de despegue del aeropuerto de Rancho Boyeros, y se escondieron, con muchas dificultades de espacio, entre el compartimento del tren de aterrizaje del avión de Iberia que partió rumbo a Madrid la mañana siguiente.

Ya sobre el océano, el piloto notó que algo no había encajado bien en el tren de aterrizaje. Accionó los mandos para destrabarlos, y el problema pareció resuelto. Efectivamente, uno de los jóvenes había sido expelido y nunca más se volvió a saber de él. El otro, en cambio, quedó atrapado, inconsciente entre las ruedas. Al descender el avión a Barajas y detenerse al final de la pista, cayó al suelo una bola de carne morada y de hielo, que aún respiraba. Era el otro joven; lo llevaron de urgencia al hospital y lograron salvarlo. La última vez que supe de él andaba por Nueva York… ¡por fin libre!

Un hermano de mi cuñado se vio en mayores apuros. Con un grupo de jóvenes del exilio se halló rodeado en un cañaveral. Lograron fugarse bajo una balacera. Once de ellos llegaron a un yate anclado y vacío. Se atropellaron en subir, encontraron la llave y… zarparon. Pero a unos pocos kilómetros de las aguas territoriales cubanas el yate se detuvo; no tenía más combustible. Era el mes de abril, el más caluroso y seco en el Caribe. Rebuscando, encontraron un medio litro de agua potable y, por supuesto, la racionaron, a razón de treinta gotas por cada uno al caer la tarde. No había tráfico de barcos; tampoco llovió una gota. Al amanecer del tercer día, deshidratado, el primero de ellos murió, y lo arrojaron al mar. El hermano de mi cuñado, al día siguiente, se negó a beber las gotas que le tocaban. Ante los ojos atónitos de sus camaradas, les dijo que había decidido ofrecer a la Virgen de Fátima su muerte anticipada, a cambio de una lluvia, o de un barco carguero que rescatara a los demás. Y murió al amanecer del cuarto día… y su cadáver también fue arrojado al mar. A la media hora, cayó una torrencial temprana lluvia, y pocas horas después un barco mercante los pudo transbordar sanos y salvos.

Cualquier joven inmigrante que había llegado a Cuba durante el siglo XX –y fueron millones– o que llegó a Venezuela –y fueron otros tantos millones–, luchó denodadamente por abrirse camino en su nueva patria, y que lo logró, quería dejar a sus hijos y a sus nietos un mejor punto de partida del que él había tenido en su tierra natal. Al final, viejo y cansado, vio cómo el Dictador sin la más mínima consideración, le arrebataba su entera historia personal de austeridades y, encima, obligaba a sus descendientes, por cuyo mejor futuro tanto había sacrificado, a emprender el camino del exilio, pero esta vez la mayoría más pobres de lo que él lo había estado al arribar a América… El “socialismo”, ya fuere del siglo XX, ya fuere el todavía más estúpido del siglo XXI, ha significado, “al largo plazo”, solo dolor y miseria para los pueblos, pero deleite, “al corto”, para los poquísimos que hicieron, o todavía hacen de él, su privilegiada fortuna. La insensata soberbia de los ignorantes que lo han acaudillado, o que todavía lo acaudillan, sumada a la cobarde indolencia de los hombres y mujeres que les han sido, en último análisis,… “rebaño” para el matadero, son los verdaderos causantes de tantísimo dolor “ajeno”, pero todavía no se han enterado. Les recomiendo a quienes por pereza insisten en comportarse como analfabetas funcionales la fácil lectura de La Rebelión en la Granja, de George Orwell. Venezuela agoniza desde hace poco más de una década; Cuba, desde hace más de medio siglo.

Entretanto, pongamos nuestras barbas en remojo…

Fuente: Centro de Estudios Económico – Sociales (Guatemala)

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