La noticia de la detención del narcotraficante mexicano Joaquín Guzmán conocido como el Chapo, líder del Cártel de Sinaloa, ha recorrido el mundo dando una falsa sensación de que por fin la guerra contra las drogas está dando algunos frutos. Lo mismo ocurrió cuando en Colombia abatieron, en diciembre de 1993, a Pablo Escobar, apodado el Zar de la cocaína, quien era el líder y fundador del Cártel de Medellín.

Ambos personajes fueron capturados en algún momento de sus vidas y se escaparon de sus cárceles de máxima seguridad. Los dos llegaron a ser las personas más buscadas por la Policía de sus países, la Policía internacional y la DEA. Dirigían cárteles que causaban terror, contrataban a sicarios para eliminar contrarios o a quien se les interpusiera en el camino. Se les atribuye una cantidad impresionante de muertes violentas entre las que, además, miembros de otros cárteles, de policías y miembros del Ejército, jueces y otras personas con cargos importantes en los sistemas de administración de justicia, hay una cantidad enorme de civiles. Curiosamente, ambos tenían familias, esposa o esposas e hijos demostrando una doble moral que en una mente normal cuesta entender.

Todo este irrespeto a la vida de los demás es más que suficiente para que estén detenidos y sometidos a la justicia. Y es que tenían en común que operaban comprando a policías, militares, jueces, alcaldes, gobernadores y mucha gente más en todos los lugares donde operaban para poder llevar la droga desde donde se producía hasta donde se consumía.

La prohibición de las drogas ha generado toda esta red de narcotraficantes que necesariamente se han convertido en los delincuentes más peligrosos del mundo, pues para operar deben comprar voluntades, pero es fácil entender por qué alguien se vende para ayudarles. La alternativa de quienes tienen poder reciben dos tipos de oferta para que escojan entre dinero y estar apoyando a estos grupos o, caso contrario, la muerte de sus familiares y luego la de ellos.

Después de Escobar siguieron apareciendo líderes que manejaban cárteles, y surgieron otros cárteles aún más fuertes y violentos. Lo mismo pasará ahora con el Chapo. Alguien tomará su lugar y seguramente veremos mucho derramamiento de sangre, pues también los otros cárteles accionarán tratando de ganar espacios ahora que ven debilitado al de Sinaloa.

Yo he abogado por la despenalización de las drogas y pienso que la guerra no podrá ganarse con estos métodos que eventualmente dan algún resultado parcial, pero provocan corrupción y violencia. Esto no quiere decir que si alguien irrespeta los derechos individuales de los demás no deba ser sometido a la justicia y que todo el peso de esta caiga sobre ellos. Así es, quien mata debe ser detenido y juzgado por sus crímenes.

Pero, ¿la detención del Chapo acabará con la guerra contra las drogas? ¿Acabará esto con la demanda y producción de las drogas? Definitivamente, no. Tampoco creo que se deba criminalizar al que consume la droga. Ya suficientes problemas tienen por consumir una sustancia que puede hacerles daño a su salud y a su vida, pero es su decisión y sería mejor que la adquieran libre y voluntariamente en un expendio dedicado a ello, que en la calle a escondidas.

La prohibición no ha eliminado en absoluto la drogadicción. Tampoco ha permitido que se le pueda ayudar de mejor manera para que los drogadictos dejen su vicio. Además, ha causado incentivos perversos que han otorgado la producción, comercialización y distribución en manos de delincuentes y criminales que no tienen escrúpulos en quitarle la vida a quien se interponga en su camino.

Fuente: Centro de Estudios Económico – Sociales (Guatemala)