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Latin America

Opinion: Alerta roja – por Charles Philbrook

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Del cobre se dice que es el único metal con un PhD en Economía.  Y a diferencia de algunos de sus colegas en el reino animal, que no ven los puntos de inflexión en la actividad económica por más que ésta los mire directamente a los ojos, el metal rojo suele adelantarse a estos cambios de tendencia con cierta precisión.

Su rápida caída en precio, desde comienzos del año —más de 20%—, nos indica que finalmente se ha disipado el efecto temporal de cuanto plan de estímulo fiscal y monetario pusieron en práctica los gobiernos del mundo.  Nos encontramos, una vez más, en el lado descendente de la U invertida.  Lo que se confirma con el índice de volumen de comercio global —del Netherlands Bureau for Economic Policy Analysis— el cual, desde precisamente comienzos de año, presenta una tendencia decreciente.  Y también con el reporte esta semana del banco HSBC sobre el sector manufactura chino, que ha entrado en abierta contracción.

Buena o mediana precisión, no obstante, el aumento en el precio del metal desde el colapso del banco de inversión Lehman Brothers, en setiembre del 2008, ha venido acompañado de un curioso y contradictorio aumento en sus niveles de inventario mundial (en Londres, en Nueva York y en Shanghai).  Más de lo último entonces debería traducirse en un menor, no en un mayor precio.  ¿Cómo se explica esta aparente esquizofrenia cuprífera?

En los mercados de commodities industriales —y el cobre es uno de éstos— existen dos demandas: una real, en la que el metal se utiliza en el proceso productivo, y otra especulativa, que impele a que se compre y se almacene hoy lo que podría comprarse mañana.  En aquélla, la relación entre el precio y la cantidad demandada es negativa.  Y positiva en esta otra, es decir, a un mayor precio, una mayor demanda.  En todo mercado que funcione bien, siempre habrá mucho más de la primera que de la segunda.  Se rompe esta relación cuando una creciente especulación gradualmente desplaza a la demanda real, y ello sólo es posible en un contexto en el que la política monetaria de los bancos centrales es expansiva.

La crisis financiera del 2008, de la que la bancarrota de Lehman fue el efecto, y no la causa, llevó a los gobiernos a tirar la casa por la ventana: a inundar los mercados con más deuda y con más liquidez.  Esa inundación crediticia ha roto la armonía natural entre una y otra demanda, ha producido, si se quiere, un desdoblamiento de la personalidad del metal, y de ahí que un mayor inventario vaya de la mano con un contradictorio mayor precio.

China es un ejemplo ilustrativo de lo dicho, pues, buscando atenuar los efectos de la crisis —posponiendo así la implosión de su ‘burbuja’—, hizo precisamente lo que los demás países hicieron, pero en una escala que sólo puede ser descrita como suicida; consiguientemente, la deuda implícita del sector público se disparó de cien a doscientos por ciento del PBI, y esta deuda, que tiene su correlato en una mayor liquidez monetaria, le dio nuevos bríos a los mercados de commodities, entre éstos el del cobre.  Los inventarios de este metal sirven desde entonces de colateral para nuevos préstamos, préstamos que en buena parte han tenido por destino el sector construcción, sector en el que la sobreinversión ha llevado a que broten ciudades fantasma por doquier, y a que unas sesenta millones de viviendas estén vacías, ¡sin nadie que las habite! (SBS Dateline: China’s Ghost Cities, 20/marzo/2011).  Toda burbuja, tarde o temprano, encuentra su alfiler.  Ésa es la alerta roja que ha sido activada por este metal, y que sólo un daltónico que no percibe este color puede pasar por alto.

Charles Philbrook es catedrático Distinguido del Centro de Altos Estudios Nacionales (CAEN).

Fuente: HACER

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