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México: Un garbanzo para nuestros vapuleados, auténticos derechos – por Fernando Armenlinck

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Pueden impunemente unos  “trabajadores” de la educación (energúmenos a quienes algunos aún llaman  maestros, profesores, educadores o mentores) golpear a policías y granaderos,  insultarlos, incendiarlos, patearlos, aventarles metal o casi matarlos: no defenderán  su integridad moral y, si se atreven a defender su propia vida y repeler  levemente ataques mortales, los acusarán de salvajes por violar los derechos  humanos de los gorilas. Los de la CNTE tienen derecho constitucional a la libre  manifestación de las ideas aunque manifiesten lo que no tienen —ideas—, cometan  delitos y perpetren actos antisociales por ser grupos “sociales”. Si policías y  granaderos no tienen derecho a la legítima defensa, mucho menos a un premio por  su aguante o una indemnización por dejar que los humillen o manden al hospital,  si no es que (hasta hoy todavía no) al panteón. Los protegen las leyes  modificadas a modo por la Asamblea y no vetadas por Mancera, al execrable costo  de deshonrar a la policía. ¿Pero a quién le afligen los derechos de los  despreciables granaderos-carne-de-cañón, o de sus familias? Los únicos derechos  humanos son los de sus intocables agresores.

Bien o mal ganada, justa  o injusta, fundada o infundada, es mala la fama de los defensores de los  derechos humanos (protectores de delincuentes, eslabones en las cadenas de la  impunidad, favorecedores de los enemigos de nuestros derechos como seres  humanos). Creo que este es el tema más importante si queremos que la política  sea más que la lucha tremenda por el poder y por los negocios que de él emanan.  El cabal respeto a los derechos humanos individuales es casi lo único que puede  construir una civilización libre.

Hablo de respeto a  nuestra vida, integridad legal y física, libertad, derecho a poseer y  transmitir libremente propiedad privada, a conservar y heredar el fruto de  nuestro trabajo. Esos derechos —anteriores a toda legislación— pertenecen sin  excepción a la persona, al individuo, al ser humano; no a colectividad alguna.

¿Qué hacer? Entre  millones de cosas, hay una inmediata. Por estos días toca cambio de presidente  en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.

Un ombudsman requiere  un perfil extraordinario. Es difícil categorizar las cualidades para tal cargo  pero haré un intento. Veo cuatro requisitos esenciales:

Uno es la inteligencia;  parte de ella es el amplio criterio y el sentido común. También se necesita que  a la inteligencia se añada la cultura: tener a la mano el conocimiento de por  qué y cómo han sido articulados esos derechos por pensadores y políticos, y su  perspectiva en la historia, no sólo la de este país. Por el contrario, la  ignorancia casi obliga a actuar superficialmente en algo tan grave como eso a  lo que, por ser individuos, tenemos derecho.

En tercer lugar, un ombudsman debe de ser práctico, hábil, negociador, equilibrado y conocedor de  políticos e instituciones. Al mismo tiempo, enérgico. Todo negociador reconoce  límites y sabe cuáles se pueden franquear y cuáles no, especialmente según la  cuarta cualidad: una integridad a toda prueba. De criterio independiente, sin  ataduras a ideologías o intereses partidistas que siempre serán menores que la  naturaleza humana; que sus únicas ataduras sean a la verdad de los hechos y a  la dignidad del otro. Decente, ético e incorruptible.

Esas cualidades (todas  igualmente importantes) son difíciles en una sola persona. Abundan tanto los  ignorantes decentes como los pillos expertos. Sobran bien intencionados que no  saben actuar, ideólogos fundamentalistas y maniqueos, estúpidos en cargos  públicos, o sabios sin experiencia ni criterio práctico. Son dificilísimos de  conseguir políticos que reúnan las cualidades ideales para tal encargo según  Platón o Santo Tomás. Vaya ilusión: tendría que ser gente así la que ocupara  los puestos públicos si la política ha de ser más que la lucha tremenda por el  poder y por los negocios que de él emanan. Un cabal entendimiento, y capacidad  de practicar los derechos humanos, es indispensable para construir una  civilización libre.

Los garbanzos de a libra  existen pero a veces no son visibles o son poco conocidos o no apreciados. O su  modestia y dedicación son tales, que no han llegado a destacar como lo merecen.  Conozco a uno idóneo para el nobilísimo servicio público que puede abanderar.

Se llama Salvador Abascal  Carranza.

Es de los políticos más  completos que he conocido en mi vida. Reúne todas las condiciones referidas (y  las rebasa: no es esencial pero sí agradecible que sea simpático). Tiene  experiencia larga en esa materia al haber presidido la Comisión de Derechos  Humanos de la Asamblea Legislativa del DF, de la que fue constituyente.  Concibió y fundó la Comisión Mexicana de Derechos Humanos (la primera que hubo  en México) y sigue allí. Es doctor en filosofía (y hasta contador público),  historiador, maestro de varias generaciones, conferenciante y político  triunfador por votos en diputaciones del DF, federales y locales.

Sería un error y una  injusticia achacarle falta de criterio y suponerle motivaciones partidistas por  ser miembro del Partido Acción Nacional. Hay la miopía de pretender “pureza” e  independencia sólo en el político que no está en un partido. Me pregunto  entonces quién será tan “puro” y que además conozca su oficio. Me consta que  Salvador ve al PAN como instrumento para lo que ha defendido toda su vida  (precisamente, los derechos y dignidad de cada persona) y nunca por fines  propios. No conozco a otro político más competente para relacionarse  constructivamente con adversarios y oponentes: con un espíritu de respeto al  derecho supremo que les confiere su compartida pertenencia a la humanidad, cosa  que va mucho antes que los gustos, preferencias, pertenencias o tendencias. Si  hay alguien capacitado para fijarse en eso —los derechos del otro— sin  anteojeras ideológicas, ataduras partidistas o intereses ilegítimos, y con un  espíritu de justicia de dar a cada quien lo suyo, es precisamente Salvador  Abascal.

Hace poco me enteré de  que figuraba Salvador entre los aspirantes a ombudsman de esta capital.  En las décadas que llevo como amigo suyo siempre me han entusiasmado sus  posibilidades de servicio público pero ésta es especial. Nuestra atribulada  ciudad merece que nuestros derechos estén protegidos por un garbanzo de a  tonelada como él.

Fuente: Asuntos Capitales (México)

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