Imagine que un chico roba un carro parqueado en una esquina. Mucha gente lo ve. Imagine que el dueño del vehículo quiere que le devuelvan el objeto robado. Luego de mil trámites –y ojo que al decir mil estamos siendo generosos– entra en acción un juez que por sentencia determina que el carro era de alguien y le fue arrebatado sin su consentimiento y procede su devolución. Segunda etapa de tramitación para lograr que le devuelvan el carro. Lindo escenario, poco probable tal vez porque seguramente el carro nunca aparecerá, pero para el ejemplo que queremos ilustrar, suena lógico y justo.

Ahora imaginemos lo mismo pero con otro bien, un poco más difícil de valorar porque no es material: la libertad de expresión. Sigamos el mismo caso: se emite una noticia por parte de un periodista. Hay gente que dice saber del tema y se dejan entrevistar. Se investigan algunos datos, se emiten criterios, se hace noticia varios días sobre lo mismo. Quien se siente perjudicado monta en cólera, pero sabe que en este caso no necesita tramitar, solo llama a sus amigos, se reúnen una tarde. Primero, prohíben que la noticia siga al aire porque se presume que no es verdad lo que dice. Luego, ordena que se callen los testigos mediante varios argumentos legales, entre ellos la amenaza de juicios penales. Finalmente deciden que el periodista ha actuado con mala intención. Ellos mismos notifican la sanción al periodista y como siguen enojados, deciden además cerrar la radio en la cual trabaja el comunicador.

¿Qué le parece? En el primer caso, el ciudadano afectado tuvo que vivir un caos completo: fiscalía, policía, investigaciones, juzgados, abogados, versiones de testigos, y mil peripecias más. En el segundo caso, el club de los amigos está enojado, no les gusta la noticia, callan al autor y cierran el medio de comunicación que le dio la oportunidad de decir barbaridades.

Viendo esto a ratos imaginamos lo fantástico y fácil que sería vivir en una sociedad donde cada uno pueda tener un juez que le acomode las cosas para que las sentencias y demás resoluciones le salgan favorables. Pero… ¿y la seguridad del resto dónde queda? ¿Dónde queda la vida en comunidad, la armonía, el equilibrio, la justicia y el pacto social? Pobre pacto social, quedaría reducido a cenizas, si cada vez que nos sentimos amenazados, cada uno se busca su juez amigo, su tribunal de excepción o su tribunal especial que le lleve las causas particulares a cada uno.

Cierto es que la justicia en Ecuador es lenta y no siempre ciega. Cierto es también que si estamos frente al primer ejemplo lo más probable es que no veamos nunca más el carro y nos cansemos de tramitar frente a un sistema burocrático y caro. ¿La solución, entonces, será comenzar a crear justicias paralelas para cada función u organismo que no funcione bien, o mejorar la que debiera ser la garante de las libertades individuales y colectivas?

Si llegamos a tener como país que aplicar la nueva Ley de Comunicación planteada desde la bancada oficial, seguramente tendremos no solo que callar, sino además que contemplar impávidos cómo se nos llevan lo único que hasta aquí –por lo menos en papeles– proclamaba que todos éramos iguales: la aplicación de justicia.

¡Si callan a la prensa, te callan a ti, amigo lector!

Fuente: El Universo