Ver en directo por televisión a Marlon Santi contestarle al presidente Rafael Correa, “usted, usted señor presidente”, a la pregunta de quien era ese estúpido que había calculado que los indígenas solo son el 2% del país, resultó ser el primer acto que para la oposición y el país en general será todo un emblema. Ver a Mery Zamora en el balcón del palacio de Gobierno celebrando victoriosa que la UNE consiguió todo lo que quiso, sin levantar el paro que duró cuatro semanas, ya fue el plus de la peor semana que ha tenido la revolución ciudadana, que hoy por hoy, tiene metido el rabo entre las piernas.

No hay de que alegrarse. No se necesitaba ser adivino para entender que los continuos errores del Gobierno –léase Rafael Correa– terminarían pasándole la factura en cualquier momento. La duda era qué tan alta sería esa cuenta, luego de que los golosos revolucionarios se habían empachado de tantos triunfos en las urnas, creyéndose los predestinados de la divina providencia alfarista. Si votan por nosotros, será porque somos perfectos, entendieron. Se equivocaron. La gratitud electoral dura lo que alcanza la bonanza económica, hasta ahora vigente por los espejismos petroleros con Venezuela y China que todavía le dan aire y algo de billetes al plan socialista. Y aún así se han desgastado.

Se desgastan de tanto hablar, de tanto ofrecer y de poco cumplir. Las primeras piedras que no avanzan a la segunda, terminan cayendo en el dedo gordo de la gente que reacciona con una mentada a la madre del mentiroso. La revolución sanitaria padece de la urgencia con la que se gastaron millones y millones de dólares que no se ven reflejados en la atención médica que hoy, como nunca, depende de un call center que ofrece consultas para el próximo año. La revolución vial tan promocionada está llena de atrasos e incumplimientos tan grandes que son difíciles de esconder. Y para colmo, el ñaño mayor que no se calla y anuncia una goleada de denuncias.

No hay de que alegrarse. La fuerza que tiene –o tenía– este Gobierno fue desperdiciada en aniquilar cadáveres que por su mal comportamiento son de difícil resurrección. El resto de su energía apuntó equivocadamente a los medios de comunicación, que se desgastan no por ser actores políticos, como lo dijo el ex colega Javier Ponce, sino por sus propios errores del oficio, que afortunadamente se pueden corregir.

Al Gobierno le ha costado un muerto entender que la lógica del puñete a veces salpica sangre a la cara del agresor. Luego vienen los arrepentimientos, los yo no fui y tantas zarandajas que nunca han revivido a nadie. No hay de que alegrarse, porque aquí ha existido el desperdicio de una oportunidad política que es muy difícil que se repita, por lo menos inmediatamente. Una oportunidad que conjugó un liderazgo indiscutido por sus antecedentes, con la fe que en él puso una mayoría. De aquí en adelante y cuando al Gobierno –léase Rafael Correa– le pase el susto, intentará volver a las andadas sabatinas, pero ya no será lo mismo. Se demostró que el león no es tan fiero como se pinta y de eso ya tuvimos una experiencia.

Fuente: Diario Hoy