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Colombia

Colombia: San Francisco y el Zorro – por Fernando Velásquez. V

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JMSPaz13La afirmación del Presidente el pasado 25 de mayo, cuando –al lanzar su “campaña de la esperanza”– aceptó su derrota en la primera vuelta de las elecciones, en el sentido de que “…en tres semanas los colombianos tendrán dos opciones: podrán escoger entre quienes queremos el fin de la guerra y los que quieren una guerra sin fin y vamos a ganar con la paz”, repetida luego, supone un falso dilema que debe develarse.

En efecto, no es cierto que las negociaciones de La Habana conlleven –por sí solas– a un proceso de paz, máxime si se tiene en cuenta que allí solo se discute con un sector minoritario de uno de los actores armados que, además, no ha prometido dejar las armas y, para acabar de ajustar, continúa con su gravísimo accionar delincuencial.

También, así se llegare a un total acuerdo en relación con todos los puntos agendados (lo cual sería digno de destacar) ello no garantiza que en Colombia –de repente– desaparezcan la inseguridad, la violencia, los abismos sociales, la injusticia, la corrupción rampante, el desempleo, la falta de vivienda, la ausencia de salud, etc. ¡Mientras no se posibilite que haya justicia para todos no puede haber paz…

Tampoco es cierto que no votar por quien cree ser San Francisco de Asís, lo torna a uno en amante de la guerra; los colombianos pueden sufragar por el otro candidato, hacerlo en blanco o no, y ello no significa apoyar el discurso belicista propio de corrientes políticas autoritarias que, eso es cierto, no tienen interés en que haya armonía entre los colombianos.

De igual forma, la recomposición del tejido social, tampoco se logra con malos discursos, eufemismos o imitadas palomas de Twitter; ni, mucho menos, proclamándose el “Juan Manuel” de la paz. Por ello, es paradójico que ese aspirante –con una consigna extorsiva: “¡o miedo o esperanza…”– sea quien, como Ministro de Defensa de un gobierno traicionado por él, otrora enarboló como ninguno las banderas de la guerra y se frotó las manos con las bajas infligidas a los adversarios. ¿Será que Santos no recuerda, por ejemplo, quién fue la persona encargada de darle cuenta al país –en rueda de prensa del primero de marzo de 2008– de la muerte de alias “Raúl Reyes”, después de ordenar una osada incursión militar en territorio ecuatoriano?

El desenfrenado demonio de ayer no puede, entonces, decirnos hoy que es un pacifista a ultranza y que –amén del Nobel de Paz– merece la canonización para que lo reverenciemos en los altares; ello a no ser, claro está, que se haya producido en él otra de sus súbitas transformaciones, esas que muy bien describe Stevenson, en su famoso libro “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”.

Por supuesto, ninguno quiere la guerra –ni tampoco campañas en las cuales, en medio de mutuas acusaciones delictivas, los indignos oponentes se debatan como perros y gatos– y todos añoramos la paz; por eso, también llama la atención que desde la orilla del vencedor (vendido publicitariamente como el nuevo Zorro de McCulley) se afirme la suspensión temporal de las negociaciones si él es electo Presidente. Desde luego, si esa aseveración se hace porque se quiere reorientar el proceso en curso ella es bienvenida, pero si de lo que se trata es de dar al traste con él –algo inadmisible y torpe tanto en el plano nacional como en el internacional–, esa propuesta no puede avalarse.

En fin, en cualquier circunstancia se debe recordar que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento (artículo 22 de la Constitución), y no un escenario más para que candidatos sandios atraigan votantes, cosa que ya sucedió en la década de los ochentas cuando otro presidente –tan desmañado como el actual– hizo llenar toda la geografía nacional de palomitas blancas, de promesas a granel y nos endulzó el oído con insulsos poemas.

Fuente: El Colombiano (Colombia)

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