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Colombia: Razones para el escepticismo – por Saúl Hernández Bolívar

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No creo que unos bandidos que no muestran el menor arrepentimiento ni la más leve intención de pedir perdón por sus múltiples crímenes estén en disposición real de abandonar las armas y reconciliarse con el país.

Las razones por las que no creo en este proceso de paz se pueden clasificar -sin ser concluyente- en tres grupos: las que tienen que ver con el Gobierno, las que tienen que ver con las Farc y las relativas al proceso en sí.

Sobre las primeras, comienzo por decir que pesa la desconfianza ocasionada por las mentiras y traiciones de quien se eligió con las banderas de la Seguridad Democrática y violó el compromiso de seguir ese camino. No hay que creer en tahúres, dirán algunos, pero es que Santos ha llegado al extremo de traicionarse a sí mismo al tragarse sus propios principios, como ese de que solo usaría la llave de la paz si la guerrilla daba muestras de buena voluntad, o el de no repetir errores del pasado, tales como dialogar en medio de hostilidades, con lo que la sangre de inocentes se vuelve un factor de presión en la mesa.

Esa desconfianza se torna insuperable si se tiene en cuenta que desde los albores de su administración trascendió que el Presidente anhela premios y dignidades como el Nobel y la Secretaría General de la ONU, en cuya elección tiene mucho peso la izquierda internacional, con la que le sería muy conveniente congraciarse. Igualmente, no hay que olvidar que Santos quiere reelegirse y, ante tan deslucida gestión, castigada en las encuestas, no hay que ser un gurú para entender que solo la esperanza de la paz podría enderezarle el camino. Es obvio, entonces, que estamos ante un proceso forzado por las veleidades del poder.

De contra, tenemos un gobierno débil, que siempre cede ante las presiones, vengan de los camioneros o de los estudiantes, y que ahora necesita venias de las Farc para levantar su imagen a cualquier costo. La absurda declaración del ministro Carrillo, de que “Timochenko está hablando como un demócrata”, da cuenta de lo mucho que está dispuesto a ceder Santos. Hasta las operaciones militares quedarán atadas al cálculo de no poner en riesgo las negociaciones, y es inevitable creer que ha habido un debilitamiento deliberado de la seguridad en estos meses.

En noviembre del 2013, momento en que Santos deberá anunciar si se lanza o no a un segundo período, nos dirán, así los diálogos no hayan avanzado ni un centímetro, que la paz está de un cacho y que su consecución o consolidación depende de la reelección del señor Presidente. Así, el país perderá seis años sin paz -o con un acuerdo desventajoso- y sin locomotoras. Por eso, este proceso sería más creíble si Santos renuncia desde ya a su aspiración de un segundo mandato, que es, en buena parte, el detonante del mismo.

Las razones que tienen que ver con las Farc son más que evidentes. Ya vimos que empezaron a negarlo todo con su cinismo de siempre y a hacer exigencias imposibles de cumplir: no tienen secuestrados (¿los asesinaron?), no tienen nada que ver con narcotráfico, no quieren que se le impongan plazos al proceso, pretenden un cese del fuego bilateral y que ‘Simón Trinidad’ haga parte de los negociadores. Mal comienzo, y con estos criminales, lo que mal empieza, mal termina: negarán el reclutamiento de menores, los abortos obligados, las purgas internas, las minas antipersonas, los asesinatos, las bombas… ¡todo! Eso no es serio.

No creo que unos bandidos que no muestran el menor arrepentimiento ni la más leve intención de pedir perdón por sus múltiples crímenes estén en disposición real de abandonar las armas y reconciliarse con el país. Mucho menos claros son los indicios de que hayan desechado el marxismo y estén decididos a apostarle a la democracia, paso sin el cual no habrá paz.

En una próxima columna me referiré a las razones atinentes al proceso mismo, si me lo permite ‘Andrés París’, quien advirtió en Noticias Uno que está “identificando columnistas” que hacen “campaña de desinformación”, cosa que, viniendo de quien viene, suena a seria amenaza.

Fuente: El Tiempo (Colombia)

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