Investigaciones sociales hechas en el país han sido contundentes: en las zonas de Colombia controladas históricamente por las guerrillas, en otros tiempos de gran ausencia estatal e institucional, no hubo signos de progreso y prosperidad ni social ni económica ni cultural.

Los estudios descubrieron modelos organizativos comunitarios verticales (impositivos), economías atrasadas y sin ninguna eficiencia (para sus individuos y circuitos) y pobres avances educativos y éticos (de poblaciones infestadas por las mafias del cultivo de coca y la producción de cocaína). La guerrilla no ha sido factor de cambio, no ha sido agente de construcción, no ha sido modelo de comportamiento y acción.

No de otra forma puede explicarse que, en gracia de discusión y siendo en extremo críticos con nuestro modelo político, económico y social, y teniendo servidas, si se quiere, todas las contradicciones sociales, la guerrilla nunca pudo canalizar el interés popular en un alzamiento ni acumuló en su historia un poder militar y político capaz de sustentar su lucha armada por el poder.

Y ya no lo pudo. Cada vez “goza” de mayor antipatía ciudadana nacional, recibe menos comprensión y aceptación internacional y, en consecuencia, enfrenta un retroceso militar y político evidente. Al Eln y a las Farc, el bus de la historia las está dejando lejos, sin boleto.

Un factor determinante lo constituye el uso de métodos de guerra que desprecian al ser humano y que el mundo hoy no entiende ni valida bajo ninguna óptica: los secuestros, las acciones terroristas y el narcotráfico. Y a ello se suma esa capacidad destructiva de la infraestructura y las economías locales que solo afecta a capas de pobladores humildes y vulnerables. Una amenaza guerrillera que solo trae y acrecienta la pobreza y los pobres.

Farc y Eln anuncian que unirán frentes y acciones militares en el Norte y Nordeste de Antioquia contra megaproyectos hidroeléctricos, mineros y agroindustriales que, dicen, empobrecen a la gente. ¿A quién si no a la guerrilla les debemos los colombianos un acumulado tal de destrucción económica y pérdidas humanas?

¿Por qué las grandes obras de infraestructura y los proyectos que generarán bienestar son declarados objetivo militar? ¿Qué será lo que molesta a Farc y Eln de los megaproyectos que se construyen en el país?

Tan ruin como su oposición a lo que signifique progreso, es su pretensión de obtener beneficios a costa del secuestro y la intimidación a empresas que vienen a aportar conocimiento y experiencia en la construcción de obras a gran escala que el país necesita. No está claro cuál es el daño que traen a comunidades y ecosistemas obras bien planeadas y concebidas como la Central Hidroeléctrica de Ituango.

No solo aportará 2.400 megavatios al sistema interconectado nacional, a partir del 2018, sino que desde su etapa de construcción genera empleo y trae beneficios a poblaciones en su zona de influencia.

Con anticipación, por acuerdos alcanzados entre los socios, se trazó un plan integral de inversión social en 12 municipios del Norte y el Occidente de Antioquia, por 100 millones de dólares, en 2013 y 2014.

Hay que tener en cuenta las regalías anuales que generará el proyecto para los municipios de la zona del embalse, así como las transferencias al Municipio de Medellín, lo que muestra que son obras de un beneficio social indiscutible.

La nueva amenaza de la guerrilla no suena a otra cosa que al eco de voces atrasadas, en el tiempo y la historia, a las que les debemos tanto daño y la inmensa necesidad de cerrar el capítulo de su existencia.

Fuente: El Colombiano (Colombia)