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Colombia

Colombia: Entre libros y explosivos – por Marta Lucía Ramírez

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Hechos como el accidente ocurrido en Suba este fin de semana, en el que tres estudiantes murieron mientras manipulaban explosivos en aparente estado de ebriedad, demuestran lo incautos, ingenuos e indefensos que están nuestros jóvenes ante los grupos irregulares que han ido permeando a algunas de nuestras universidades.

No ha pasado ni una semana desde que murió un estudiante en Tunja, cuando durante una manifestación estudiantil explotó la carga explosiva que llevaba en su maletín y ya podemos contar tres nombres más a la lista de víctimas de la instigación de los grupos de extrema izquierda, que seducen a los inocentes y desinformados estudiantes de primeros semestres con discursos trasnochados sobre desigualdad y revolución. Si bien es cierto que la desigualdad existe y que debemos corregirla de manera prioritaria en la agenda de Colombia, no justifica en modo alguno que aquellos que tienen la oportunidad de una educación superior, no la aprovechen como la llave para abrir puertas hacia un futuro de mejor calidad de vida para ellos, sus familias y los colombianos.

Las falsas promesas, un par de tragos y algo de propaganda del extremismo, llevan a algunos de nuestros jóvenes a cometer vandalismo, destrucción de bienes públicos, atentados contra el orden público y hasta actos de terrorismo.

La infiltración de los grupos radicales de izquierda, de las guerrillas y de los “movimientos revolucionarios” esta confirmada, tanto por sus demostraciones públicas, formaciones en los patios y propaganda, como por distintos informes de la fuerza pública que dan fe de ello. Produce tristeza y decepción ver cómo por la desinformación, la falta de controles más rigurosos en las mismas instituciones y la carencia de una formación cívica en valores y en construcción de capital social que acompañe la formación académica, lleva a hechos tan lamentables como los recientes, que enlutan a la comunidad universitaria, a los hogares de los jóvenes y que reafirman la necesidad de que la sociedad, las instituciones educativas y las familias estén más atentas a las inquietudes y angustias de nuestros muchachos.

En el contexto universitario, estas prácticas delincuenciales son de mayor impacto y conductas como la rebelión, el concierto para delinquir, la apología del delito y el terrorismo son mucho mas graves por cuanto afectan a una comunidad cuyos individuos están en formación y cuya manipulación por parte de los irregulares tendrá repercusiones más sensibles en la sociedad del futuro.

Urge de parte de las instituciones, con acompañamiento del Estado, contribuir a la formación política del estudiantado, explicarles los avances y los desafíos que enfrenta la sociedad colombiana, las oportunidades que hoy tenemos como Nación más integrada al mundo global y atender a que las manifestaciones válidas de los “grupos estudiantiles” no terminen convirtiéndose en disturbios infundados que exponen la vida de los estudiantes y generan un ambiente de conflictividad altamente nocivo en los campus.

Actuaciones violentas sólo deslegitiman sus propósitos, hacen perder eco a sus voces y estigmatizan a la gran comunidad universitaria, que en su gran mayoría está integrada por ciudadanos de bien, que desde su posición como estudiantes pueden no sólo alzar sus voces sino fijar nuevas metas más ambiciosas para el desarrollo y el futuro de Colombia. Debemos seguir en la ruta de materializar el enfoque de la educación como un derecho, que en un marco académico, democrático y pacífico, sin intromisión ni manipulación de extremistas, contribuya al desarrollo de individuos de bien que sean forjadores de un futuro de progreso y bienestar para ellos y para todos los colombianos.

Fuente: El Nuevo Siglo (Colombia)

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