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Colombia

Colombia: Álvaro Uribe Vélez: El gran colombiano – por Paloma Valencia Laserna

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En medio de unas pocas y desatinadas críticas, muchos colombianos recibimos con alegría la noticia de que el presidente Uribe había sido elegido en un concurso de televisión como el Gran Colombiano. Es una buena noticia, no porque sea un premio importante, sino porque tiene un valor simbólico. Habla de qué es lo que los colombianos que participaron consideran como grandeza.

No es fácil comparar la importancia de un gran líder, con el aporte de un gran literato o un científico. Sus contribuciones son distintas y su efecto sobre la vida de las personas tiene rutas alejadas. Precisamente por eso, la elección es interesante. Refleja una emoción, más que un racionamiento. Aunque es también muy fácil construir el argumento reflexivo.

Basta estar en una reunión con Uribe para entender por qué se dice que es un caudillo. Algo en la gente se remueve. Todos quieren tocarlo, tomarle una foto, un vídeo, que les firme el libro, que bese al niño, que los abrace. No necesita el asistente estar en la primera fila para verlo desplazarse en el salón; el corrillo de curiosos que lo sigue elevan un celular que reproduce la imagen de Uribe sonriente.

Su discurso tiene la particularidad de ser sencillo, lleno de anécdotas y vivencias recientes. Las ideas se sueltan con una naturalidad casi mágica, y como hilos van tejiendo una poderosa manta que termina por explicarlo todo, y cobijarlos a todos. Uribe es capaz de expresar sus convicciones con tantos niveles para que un intelectual y un ciudadano del común lo disfruten y lo entiendan. Lo sienten sincero en lo que dice, lo ven franco con sus preocupaciones, y aún así su vocación no es la de convencer; expresa lo que piensa y muchos colombianos coinciden en su diagnóstico y su manera de solucionar.

Tiene además Uribe la particularidad de que para él no hay problemas pequeños. Todos los que recurren a él con un comentario, sea sobre la política macrofiscal o un asunto del salón comunal, encuentran un interlocutor atento. Está dispuesto a oír a todos y pensar una solución para todo. No siempre lo logra, pero siempre lo intenta; y eso vale mucho para quien ese asunto es su mayor problema.

Los caudillos, desbordantes de legitimidad carismática, aparecerán cada vez más. En la medida en que las instituciones tradicionalmente poderosas se han vuelto inocuas, las sociedades buscan nuevas maneras mediante las cuales sea posible ejercer el poder. Uribe logró lo que los mandatarios colombianos anhelan; ser Presidente y hacer cosas por el país. Todos han querido hacerlo, todos tienen ideas, las dan, las dicen, las ordenan; pero nada pasa. El pesado aparato institucional es inmune a las decisiones presidenciales. Los ministros de Santos quieren ejecutar, pero no lo logran. El liderazgo de Uribe traía resultados; la burocracia actuaba. Uribe, lejos de desinstitucionalizar el Estado -como dicen los detractores- le devolvió legitimidad. Es bueno saber que los colombianos esperan que el Estado sea un aparato útil, y es bueno que sepamos que es posible tenerlo.

Uribe además es un caudillo democrático. Respetuoso de la democracia y la institucionalidad. Su carisma y respaldo popular le hubieran permitido excesos -como los que vemos en los países vecinos- que no cometió. Supo contener su poder. Eso que no le reconocen los enemigos políticos, es evidente con la sola visión de lo que viven nuestros vecinos: Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua.

Empatía, eso sienten los colombianos con Uribe. Es un líder, en el sentido más cabal de la expresión, y eso se reflejó en su elección como Gran Colombiano.

Fuente: El País (Colombia)

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