Las últimas encuestas publicadas el miércoles mostraban a López Obrador en un firme segundo lugar, mientras el candidato del ex partido gobernante Enrique Peña Nieto tiene ventajas de entre 8 y 17 puntos porcentuales. Como resultado, pocos esperan algo diferente a la victoria de Peña Nieto, con la que regresará el Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la presidencia después de 12 años fuera de ella. La duda para millones de mexicanos es: ¿López Obrador aceptará tranquilamente la derrota?
El 1 de julio, México votará casi con toda probabilidad mayoritariamente para que el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó el país durante siete decenios, vuelva al poder. Enrique Peña Nieto, lleva una ventaja insuperable al final de la campaña. Muchos mexicanos, además de amigos extranjeros del país, temen que este giro de los acontecimientos anuncie un regreso al pasado autoritario, corrupto y desacreditado que México dejó atrás cuando el candidato del partido de Acción Nacional, Vicente Fox, obtuvo la presidencia en 2000.
Si en México queremos dar racionalmente nuestro voto a alguno de los partidos, debemos comparar sus resultados. Del PRI y el PAN, que nos han gobernado a nivel federal, podemos equiparar las últimas décadas priístas con la primera panistas en cuanto a inflación, devaluación, salarios reales, aumentos de la gasolina y de la canasta básica, entre otros indicadores
En el pasado, la política económica para incentivar el crecimiento en nuestro país se basaba en el activismo fiscal de un gasto público creciente, financiado con deuda también creciente y validada con expansión monetaria. Esta situación llevó a largos y dolorosos periodos de crisis. En la actualidad, en México se lleva a cabo una política económica basada en la aplicación de un principio de presupuesto público equilibrado a lo largo de varios periodos y una política monetaria con claros y creíbles objetivos de control inflacionarios.
México se dirige a su próxima elección cargando un estado de derecho herido de muerte y a un comatoso estado de consenso de las masas con un maleante como candidato. Hacia una lucha de poder entre grupos sin principios morales o políticos, sin programa, dirección o propósito—con la clara intención de un gobierno ejercido por la fuerza, no la ley y, sin cambiar ese rumbo, el resultado será un estado fascista como Venezuela que, “hasta ahora” flota y sigue flotando en el mar kafkaiano del petróleo.
AMLO no ha logrado estructurar un verdadero programa de izquierda moderna, que mueva a la clase media pensante que quiere avanzar, no regresar al pasado. Hasta ahora sus planteamientos implican conservar monopolios estatales, bajar artificialmente precios y mayores subsidios, políticas parecidas a las practicadas en los años 70 por el PRI y que ya fracasaron en todos los países donde se han aplicado.
La semana pasada algunos lectores se molestaron con quien esto escribe, en razón de que afirmé que el movimiento “yo soy 132” es pejista y con un fuerte tufo socialista. Algunos expresaron ser miembros de 132 y no ser pejistas; otros afirmaron incluso ser liberales de la Escuela Austriaca. A los socialistas pejistas, perdón, no les respondo pues ya antes he debatido con ellos y he comprobado que sólo insultos y descalificaciones se espera de los fans de López. Intolerantes, igual que su ídolo de pies de barro.
López Obrador ha proclamado que sus modelos son Cárdenas y Juárez. A través de una puntual interpretación biográfica, Enrique Krauze descubre en él inspiraciones mucho más profundas y perturbadoras, experiencias teológico-políticas y psicológicas que tuvieron lugar en su natal Tabasco.
Durante el sexenio transcurrido, AMLO no ha eliminado a los delincuentes de su entorno pero ha sumado a otros iguales o peores y nunca ha explicado de qué vive sin trabajar.
¿Está la economía mexicana blindada frente a la turbulencia financiera internacional, tal como se ha afirmado en estos últimos días?