La hipocresía de los neokeynesianos vernáculos parece no tener límites. Pregonan con histrionismo un posicionamiento ideológico de seudoizquierda, pero sus bolsillos siguen mirando a la derecha.
Haciendo gala de la ironía propia de un lord inglés, poco antes de su muerte, acaecida en 1946, John Maynard Keynes sentenció: “Yo no soy keynesiano”.
El mensaje era claro. En el final de su vida, ya podía imaginar las insólitas interpretaciones a las que iba a ser sometido su pensamiento. Y lo más penoso es que, debido a su delicado estado de salud, ni siquiera podría ser protagonista de las exequias de su teoría. Algo parecido a lo que habría sentido Marx si hubiera observado las brutalidades del régimen instaurado por Stalin en la desaparecida Unión Soviética.
Las políticas keynesianas tuvieron su esplendor en Estados Unidos, uno de los países más liberales del mundo, y fueron aplicadas en el New Deal . Efectivamente, la política del “Nuevo Trato” nació con el objetivo de paliar los efectos devastadores de la crisis de 1929, incluso antes de que el mismísimo presidente Franklin Delano Roosevelt conociera personalmente a Keynes.
Así, el extraordinario crecimiento económico del país del norte luego de la Segunda Guerra Mundial le dio la razón al inglés, ya que quedaba demostrado en los hechos que era posible, al menos en países ordenados, que una vez que el Estado diera el puntapié inicial para combatir la recesión económica mediante el incremento del gasto público, sería posible resolver “el problema político”, lo que implicaba conciliar armoniosamente la libre iniciativa privada, la eficiencia económica, el respeto de los derechos individuales y la justicia social.
Pero también quedaba a la luz que ese mecanismo no era condición única para alcanzar el tan mentado desarrollo económico, proceso que está vinculado a cuestiones mucho más profundas, ligadas a la transformación de la estructura productiva, al esfuerzo constante y a una nueva cultura del trabajo.
La implementación de las ideas keynesianas por parte de los países latinoamericanos no tuvieron el mismo efecto; el fuerte rasgo autoritario y el mesiánico de su clase dirigente terminó desencadenando una manipulación populista que, tal como plantea Juan José Sebreli en El malestar de la política , siguió con “viejas prácticas como las del capitalismo subsidiado, el corporativismo, el clientelismo y la emisión monetaria incontrolada, fenómenos alejados a los auspiciados por Keynes”.
El antiguo refrán que tiene como destinatario a los usureros sostiene que cuando se cae en manos de estos espectros sin alma, estos “comienzan” con uno, “siguen” con uno y “terminan” con uno.
Ficción y realidad
Esta sentencia podría ser trasladada con gran éxito a nuestro Estado argentino, que cree poder manejar y resolver vida y obra de los ciudadanos. Primero, fue el atropello y las amenazas a quienes pensaban distinto, para que a partir de allí todo fuera posible. Soñaron con el tren bala y olvidaron el mantenimiento de los que efectivamente usaba la gente; se quedaron con los fondos de las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones (AFJP) y postergaron el legítimo reclamo de los jubilados; construyeron viviendas a través de una organización vinculada a las Madres de Plaza de Mayo y el desfalco fue multimillonario; estatizaron Aerolíneas Argentinas, cuya pérdida diaria es ahora para el asombro; nacionalizaron YPF y no encuentran manera de financiar la exploración y explotación del yacimiento de Vaca Muerta; pusieron un cepo al dólar y la salida de capitales creció de manera significativa; impusieron controles de precios y la inflación mantiene un ritmo alarmante. Así podríamos seguir relatando intentos demagógicos que terminaron mal.
A pesar de ello, la hipocresía de los neokeynesianos vernáculos parece no tener límites. Pregonan con histrionismo un posicionamiento ideológico de seudoizquierda, pero sus bolsillos siguen mirando a la derecha. Son más adeptos al lujo de Puerto Madero que a la miseria de La Matanza; circulan en motos de alta cilindrada mientras se tramitan causas por supuestos hechos de corrupción; regalan autos importados de alta gama a hijos que alcanzan la mayoría de edad, pero insisten con la necesidad de sostener el nivel de reservas; son sospechados de grandes negociados y de crear sociedades fantasma, pero no convocan a conferencia de prensa para aclarar el crecimiento patrimonial; se limitan a responsabilizar al liberalismo de todas las calamidades y cambian el horario deFútbol para Todos con el objetivo de que el impacto del programa Periodismo para Todos sea el menor posible; utilizan la TV pública y el resto de los medios de comunicación cooptados para descalificar a periodistas, como Jorge Lanata, Alfredo Leuco, Nelson Castro, Mariano Grondona o Joaquín Morales Solá, sometiéndolos al escarnio público por cuestiones vinculadas a sus vidas privadas.
Frente a ello, la ciudadanía mira impávida la imprudencia y la falta de decoro de quienes deberían dar el ejemplo. Pero lo que todavía no percibe con claridad es que el neokeynesianismo argentino es una farsa y que sólo sirve para repartir las utilidades de los botines políticos entre los amigos del poder.
Frente a semejante falsedad de principios, me hago eco de las palabras del granlord : “Yo tampoco soy keynesiano”.
*Daniel Gattás es Doctor en Ciencias Políticas y docente de la UNC y la UCC.
Fuente: La Voz del Interior (Argentina)
Discussion
No comments for “Argentina frente a la última ironía de Keynes – por Daniel Gattás”