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Argentina

Argentina: El fin de un ciclo – por Vicente Massot

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La eventual reelección de Cristina Fernández —salvo para algunas mentes algo calenturientas, que sólo se hallaban en los cenáculos kirchneristas— hace rato estaba muerta. Faltaba, eso sí, el enterrador. Alguien debía sincerar el asunto y darlo por concluido definitivamente. En este caso, ese rol estelar lo hizo suyo 75 % de los argentinos —poco más o menos— que el domingo, abrazando distintas ideas y confesándose radical, socialista, liberal o peronista disidente, vino a coincidir en su voto de repudio a cualquier intento continuista.

El mandato de la presidente epilogará —en el mejor de los casos— el 11 de diciembre del año 2015 y, junto a la mujer del santacruceño, ésa será también la fecha de defunción del kirchnerismo como facción dominante dentro del movimiento justicialista. Decirlo así, con tanta certeza, parecería un exabrupto o podría considerarse una simple expresión de deseo, si no fuera por el hecho de que, sin re-re y sin un delfín, a lo máximo que podrán aspirar los saldos y retazos del kirchnerismo, después de esa fecha, será a formar parte —como furgón de cola— de la nueva clase dirigente. Ya le pasó antes al menemismo sin que se acabara el mundo. Otro tanto sucederá dentro de dos años.

Se ha abierto, a partir del lunes, un tenso compás de espera en el cual, antes de reanudar las hostilidades, el oficialismo se lame las heridas graves que sufrió a lo largo y ancho del país; Sergio Massa, por su lado, se ha sentado a esperar como decanta el voto que respaldó a De Narváez. El Colorado, mientras tanto, no sale de la duda respecto de qué le conviene más: si insistir con una candidatura que hace agua por los cuatro costados o si bajarse de la disputa cuando todavía puede hacerlo sin pagar costos insufribles. Finalmente, radicales, socialistas y afines no se cansan de imaginar la gestación de una alianza electoral de cara a 2015. Después de todo, si se han alzado con 8 victorias —algunas de ellas resonantes— nada les impide soñar.

Por supuesto el que peor parado ha quedado es el FPV. No tanto por los resultados —en todo caso parciales— que obtuvo, sino por las perspectivas ominosas que se recortan en el horizonte de octubre. El grueso de sus integrantes viene del peronismo y sabe cuánto cuesta una derrota si lo que está en juego es la sucesión presidencial. Los K no se llaman a engaño sobre el particular, más allá de las sonrisas forzadas y las frases triunfalistas que se hicieron notar el domingo cuando le tocó hablar a Cristina Fernández. Su discurso no fue el de una autista o la de una soberbia, incapaz de admitir el fenomenal revés electoral. Si acaso esa noche hubiera demostrado debilidad, al día siguiente el éxodo —que ya había empezado en pos de las tiendas del intendente de Tigre— se habría convertido en estampida.

Por encerrada que esté en su mundo de fantasía y por mucho que no quiera escuchar, la presidente —como todas sus primeras espadas— son conscientes de que el espacio para perpetuarse en Balcarce 50 después de 2015 ya no existe. En consecuencia, carecen de la fuerza para ir por todo. No piensan rendirse así nomás ni hablan de arriar sus banderas, replegándose a cuarteles de invierno, porque no está en su naturaleza. Van a dar pelea y el objetivo que persiguen es asegurar la gobernabilidad. La condición para llegar a 2015 con un peronismo que descuenta el final de un ciclo, es conservar bien aceitados los resortes del poder. ¿Para qué? Básicamente con el propósito de negociar, desde una posición lo más sólida posible, su retirada y la impunidad que obsesiona a más de uno por razones enteramente lógicas.

En un país tan exitista como el nuestro, está cantado que nadie querrá quedar amarrado a la barca de los perdedores. Las PASO —como lo adelantamos— obrarán seguramente un efecto que nada tiene que ver con el fin para el cual se las instrumentó. Lo que han permitido ver es la relación de fuerzas anterior a la elección verdadera, la de octubre. Así, pues, casi podría asegurarse que Martín Insaurralde no cosechará más votos que los del pasado día 11 y que Francisco De Narváez, si no se bajase a tiempo —paso que, de momento, no piensa dar— deberá contemplar impotente cómo su escaso peso electoral se licua de la noche a la mañana. El porcentaje obtenido por el FPV en la provincia de Buenos Aires es el techo del kirchnerismo. En cambio, el obtenido por Sergio Massa resulta su piso.

En esta distinción radica el quid de la cuestión política que está a la vista. Insaurralde ya perdió y no tiene remedio, pero la índole de su derrota —que es la del FPV, la de Cristina Fernández, la de Daniel Scioli, la de la continuidad del modelo y la del kirchnerismo— todavía es una incógnita. En la hipótesis más benigna, en octubre deberá sobrellevar una derrota terminante si acaso la diferencia entre el candidato oficialista y el del Frente Renovador no se incrementase respecto de la del domingo pasado. Pero si, como el caso lo hace prever, esa diferencia se duplicase, entonces el kirchnerismo se enfrentaría a una catástrofe de consecuencias difíciles de medir con exactitud a esta altura.

Diez o más puntos de ventaja le darían a Sergio Massa el poder y la autoridad que necesita cualquier peronista para convertirse en su líder y, además, en la carta de triunfo de cara a 2015. Diez o más puntos sepultarían las aspiraciones de Daniel Scioli y, probablemente, obrarían un drenaje de voluntades en las dos cámaras por parte de las bancadas del FPV que, sin exagerar, dejaría al gobierno en una posición delicadísima, sin mayoría propia ni en Diputados ni tampoco en el Senado.

Es conveniente poner en claro que todos los pronósticos, análisis prospectivos y pálpitos respecto de cuántos representantes perdería el oficialismo en octubre, son prematuros por dos razones elementales: de un lado, las elecciones todavía no se han substanciado; del otro, habrá que ver —una vez finalizados los comicios— qué grado de lealtad acreditan los hombres del FPV. Es difícil pensar que haya en el peronismo —de ordinario solidario con los poderosos de turno— una voluntad férrea de cerrar filas en torno de la Casa Rosada después de semejante derrota. Hasta aquí la hubo, no por convicción sino por temor y conveniencia. Ello sin contar además que, así como la tendencia natural en punto a las chances de Massa es hacia la suba de sufragios —básicamente provenientes de los votantes de Francisco De Narváez—, la tendencia natural en punto a Martín Insaurralde es a la baja o el estancamiento. Sería poco menos que imposible que el de Tigre perdiese votos en octubre. No resultaría sorprendente, en cambio, que al de Lomas de Zamora le sucediese lo contrario.

Como quiera que sea, hay resultados cantados y ninguno beneficia al gobierno nacional, cuya única preocupación de puertas para adentro es cómo mantenerse en pie y poder asegurar, a futuro, el ejercicio del poder en tiempo y forma. Los caminos que se abren son dos: o triunfa la épica o prima —para ponerlo en términos weberianos— la ética de la responsabilidad. Si sucede lo primero, ello significaría que Cristina Fernández, fiel a su estilo, estaría dispuesta a redoblar la apuesta y no retroceder un milímetro. Es, por supuesto, la mencionada, una estrategia de confrontación que en el contexto económico en el que nos movemos, podría epilogar en una crisis impredecible de la cual la presidente no saldría indemne. Si, inversamente, se da lo segundo, la senda escogida delataría una decisión negociadora de Balcarce 50. Se trataría de administrar una transición ordenada.

En tren de imaginar qué hará la presidente y en atención a lo que ha sucedido hasta aquí, deberíamos inclinarnos por la política de confrontación que parece estar inscripta en el ADN kirchnerista. Pero la situación es novedosa y no resultaría extraño que la necesidad mostrase, una vez más, su cara de hereje. Poner en práctica aquello de “muere Sansón y con él los filisteos” sería situar al país al borde de un enfrentamiento a todo o nada, del que Cristina Fernández no sacaría ventajas. Al contrario, correría el riesgo de hundirse. La posibilidad de negociar la salida de la Rosada con el poder que le queda, podría asegurarle la impunidad que tanto necesita.

Fuente: La Prensa Popular (Argentina)

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