Los acontecimientos de estos días nos han sacudido con fuerza en nuestra subjetividad. El tenor de tanta furia conmueve a nuestra sociedad y sólo podemos, desde nuestra per­plejidad, interpretarlos, intentar pensar causas y razones, aun cuando, como en este caso, sea obra de la sinrazón.

Una expresión nueva que me parece muy ajustada es que se ha roto el tejido social. Es esto lo que se escucha en los medios, en las calles, y lamentablemente es así.

Lo que hace sujeto a un ser humano, lo que le da un refe­rente, un sentido de perte­nencia, lo que hace a su estructuración, es el lazo con el otro. Es eso, es el lazo, lo que se ha quebrado, lo que ha estallado en cada rotura, en cada saqueo.

Podemos constatar que, como las tormentas en primavera, los acontecimientos se anuncian y, cuando no hay quien lea o escuche esos signos, se produce el estallido, como respuesta a la sordera.

Muchas son las causas que confluyeron en esos actings o actos de salvajismo, que hoy nos hace desconocernos como argentinos. Quedaron agujeros en una tela que ha mostrado ser tan lábil como frágil.

Cuando se pierde el concepto de autoridad, cada uno busca autorizarse en el primitivismo de la horda, que saca lo peor de cada individuo.

¿Se trata de un real sin ley? Sin duda. Pero, entonces, se ­trata de un real provocado por una ley propia: la del perverso. Aquel que dice la ley soy yo y la ejecuto a mi modo.

Hemos ratificado lastimosamente la frase de Thomas Hobbes, cuando decía que el hombre es el lobo del hombre y nos ha dolido que un vecino sea el lobo de otro vecino.

No sólo quedó el agujero, la rotura, sino la desconfianza, el desconocimiento entre seme­jantes. Alguien me comentaba, respecto de los rumores que anunciaban más saqueos para el pasado viernes 20, que había puesto un cartel que decía 
muy auténticamente: “Cerrado por miedo”.

Porque, más allá de los su­cesos, de la materialidad de 
los hechos, de que ocurran o 
no, lo que sí sucede es la des­confianza.

Hoy se ha instalado un nuevo objeto entre nosotros, que va contaminando nuestra cotidianeidad: el miedo.

Fuente: La Voz (Argentina)