Abuso de poder. Uso del micrófono en situación de ostensible ventaja frente al interlocutor. Palabras altisonantes y ofensivas que la mayoría de los medios, incluidos los injuriados, tienen la obligación de publicar. Utilización del atril sin riesgo y con protección garantizada, porque los programas y periodistas adictos transformaron su ataque pendenciero en una apología a favor y lo disfrazaron de crítica a la prensa “destituyente”. En fin: un acto de ostensible abuso político. Eso es lo que hizo el martes el ministro del Interior, Florencio Randazzo, con la bendición expresa de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, al divulgar las cifras definitivas del escrutinio de las elecciones primarias del pasado 14 de agosto y acusar a Clarín y La Nacion de atentar contra la democracia sólo por informar irregularidades en el proceso electoral.
El ataque de Randazzo prenuncia una agresión todavía mayor, porque se trata de uno de los ministros más moderados y uno de los que suelen mantener un contacto relativamente fluido con periodistas de todos los medios. El método fue vergonzoso, pero archiconocido. Lo inauguró Néstor Kirchner contra Joaquín Morales Solá durante los primeros años de su gobierno. Lo repitió el mismo ex presidente contra periodistas, movileros y cronistas a quienes no les dio la oportunidad de defenderse, mientras él los atacaba sólo por el hecho de ser empleados de empresas a las que aborrecía, en medio de los aplausos de los chupamedias de turno. Recuerdo un episodio de aquéllos cuando, en plena pelea del Gobierno contra el campo, un relator ahora converso consideró a Kirchner un cobarde por haber atacado en condiciones desiguales a un trabajador de prensa de la emisora donde todavía trabaja.
¿Por qué lo hizo Randazzo? ¿Fue un pedido explícito de la Presidenta o un gesto de obediencia del ministro, una suerte de prueba de lealtad para obtener el premio mayor que representaría la Jefatura de Gabinete? ¿Por qué lo hizo precisamente él, un dirigente que construyó su imagen sobre la base de las buenas relaciones que mantuvo con los periodistas que nos ocupamos de los asuntos políticos? El problema con este gobierno envalentonado por el ostensible respaldo que recibió en las urnas hace tres semanas es que la mayoría de sus operadores cree, en efecto, que Cristina Fernández también les ganó a los medios críticos y a los periodistas, y que eso les da derecho a decir y hacer casi cualquier cosa. El otro problema grave, por cierto, es que la “carrera política” dentro del Frente para la Victoria y La Cámpora se alimenta sobre la base del ataque espurio contra Clarín, La Nacion y los medios y los periodistas que no son adictos. Es decir: los militantes ya no tienen que mostrar capacidad de trabajo ni formación política para conseguir un buen lugar en la lista de diputados o en una secretaría de Estado. Les basta con insultar a un periodista que hace su trabajo o incluir en su discurso los maniqueos y falsos conceptos de “monopolio”, “medios hegemónicos” o “corporación mediática”.
Pero quizá lo más preocupante sea el nivel de autismo político y radicalización que se puede observar en las segundas líneas de la administración. Tan embriagados están con la apabullante victoria que se sienten con derecho de proclamar qué deben hacer y qué no deben hacer los profesionales de la comunicación. Qué debería ser incluido y qué debería ser soslayado de la tapa de los diarios. Cómo deberían ser escritos los títulos de las notas que a ellos les interesan. Qué informaciones deberían ser tomadas en cuenta y cuáles no. Con qué dirigentes opositores sería legítimo hablar y con cuáles no vale la pena hacerlo. Eso es algo que también inauguró Kirchner y perfeccionó la jefa del Estado. Para que se entienda bien: no sólo se sienten con autoridad para criticar a los medios; los quieren colonizar hasta transformarlos en un instrumento más de su inmenso poder.
La persecución por parte de la AFIP, el uso de la millonaria pauta de publicidad oficial para premiar a los amigos y castigar a los enemigos, la distribución de información privilegiada para unos y el rechazo personal hacia los profesionales que no “son del palo” completan el peor contexto para el ejercicio libre del periodismo desde 1983 hasta ahora, a pesar de que esa conducta no haya sido castigada en las urnas.
De cualquier manera, creo que el que viene será un momento inmejorable para hacer buen periodismo de verdad. Porque la embriaguez que produce la falsa sensación de que el poder será eterno constituye, ahora mismo, la mayor debilidad de quienes gobiernan. Y al mismo tiempo, la amenaza constante a los medios se transformará en un incentivo extra para cualquier periodista serio que ame esta profesión.
La clave es no caer en la trampa de transformarse en un adversario político, porque eso es lo que le conviene a un gobierno con muchos votos y una evidente vocación autoritaria.
El instrumento más efectivo para limitar el abuso de poder es hacer más periodismo. Empezar por el principio. Responder a las preguntas clásicas: ¿Qué? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Cómo? Investigar. Escribir. Denunciar. Publicar donde se pueda. En cualquier medio que no haya sido colonizado por el bolsillo de payaso de la pauta oficial. Resistir. Contestar a los insultos con información pura. Seguir haciendo lo que muchos empezamos a hacer durante los años 90 cuando el presidente Carlos Menem se creía el rey del mundo y gritaba a los cuatro vientos que les había ganado también a los medios y que ya no tenía adversarios de su estatura.
Por lo pronto, ya parece cada vez más claro dónde está el verdadero poder y quiénes hacen uso y abuso de él. Y cada día les resultará más difícil colocarse en el lugar de víctimas y convencer a sus seguidores de la idea de que están defendiendo una causa justa, o de que corrupción hubo siempre en todos los gobiernos. O que los periodistas no militantes son gente mala y perversa, cuyo único propósito es impedir el bienestar general que les proporciona el gobierno nacional y popular.
Fuente: La Nacion (Argentina)
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