Si se quiere saber si una persona es altiva y soberana de verdad, basta preguntarle por lo que podría suceder cuando el líder deje de ser presidente. Si se pone a elucubrar, a hacer cálculos y a imaginar situaciones posibles, significa que no está con el proceso y que no es confiable porque a fin de cuentas puede acomodarse a cualquier situación. Por el contrario, si mira para otro lado y emite un silbido casi inaudible o si frontalmente dice que la pregunta es absurda, entonces no cabe duda de que está en cuerpo y alma en las filas de la revolución ciudadana. No solo sucede con los militantes de base o con los receptores de los bonos. La misma actitud se encuentra en notables intelectuales que, construyendo escenarios de futuro sobre todo lo humanamente imaginable, daban la impresión de vivir en algún tiempo que estaba por lo menos un paso más allá del presente. Ahora no quieren ver ni oír del mañana más inmediato. Les huele a traición la mínima posibilidad de imaginarse una vida sin la tutela del líder.

Vale la pena probar con esa pregunta en estos días cuando están en el centro del debate las consecuencias que se desprenderán de la consulta popular. Se puede preguntar, por ejemplo, sobre lo que podrá pasar en ese futuro lejano con un presidente que, retomando las palabras y las enseñanzas del líder, quiera meter las manos en la justicia (obviamente por el bien del pueblo y acudiendo a él para que le dé su aprobación). Si todos lo han hecho antes, si el propio líder lo hizo, entonces no habrá razones para dejar de hacerlo. Además, si él ha añadido un episodio más a las cortes propias de cada caudillo, no hay razones para pensar que quien venga después no esté tentado a seguir esa línea.

Otro tema que lleva a una inquietud similar es el que tiene relación con los enormes poderes que se le darían al presidente –al actual y a los que vengan más adelante– en caso de aprobación de la mayor parte de temas que se consultan en el referendo-plebiscito de mayo. Como quien no quiere la cosa, la Constitución será aún más presidencialista de lo que ya lo es. Quienquiera que ejerza la presidencia tendrá un poder enorme, como nadie lo ha tenido desde el inicio de la etapa democrática. Entonces, la pregunta apunta a lo que podría pasar si al pueblo ecuatoriano se le ocurriera elegir a uno de los malos en lugar de los seres dignos de toda confianza que tenemos ahora.

Es una lástima que, por su compromiso con el proyecto, no podamos contar con las respuestas de la inteligencia altiva y soberana a estas y otras preguntas. Ellos han acogido al pie de la letra el pedido del líder para que confíen en él. Saben que están en buenas manos y, como muchos de ellos son economistas, han tomado en serio esa mala broma de Keynes que decía que en el largo plazo todos estaremos muertos.

Fuente: El Universo (Ecuador)