Las declaraciones del novelista Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura 2010, vuelven al tapete del debate a Centroamérica tras señalar que si bien es cierto se siente más optimista sobre el restablecimiento de las democracias en el Subcontinente, ve nubarrones de “semidictaduras” en países como Nicaragua, desde donde radica con mayor presencia el chavismo para la región y cuyo sistema es también cuestionado por el reciente Nobel.

A pesar de ser ésta una de las regiones estratégicas de importancia por su posición geográfica al centro de las Américas, no menos cierto es que su nivel de influencia tanto económica como competitivamente, no representa grandes ventajas comparativas ante los monstruos del Norte y del Sur.

Sin embargo, debido a los convulsos giros políticos y a la aún tímida cultura integracionista en las 7 repúblicas —lo que no ha permitido un desarrollo más sustentable—, el istmo mantiene cierta presencia mediática más allá de sus fronteras, no precisamente por lo bueno que pueda suceder sino por los vaivenes políticos y sus trágicas derivaciones que suelen suceder.

Vargas Llosa, ese escritor con estampa de gran caballero “Principesco y Virreinal” como lo pinta el poeta Julio Valle-Castillo, con su columna semanal aparecida en diarios de todo el mundo, ha mantenido una vigilia analítica a veces demoledora y a veces demasiado franca al decir lo que piensa y cree sobre la realidad social y sus constantes fluctuaciones.

Crítico y autocrítico también. Como cuando narra en sus memorias políticas ( El Pez en el Agua ), sin pelos en la lengua las sermoneadas que le daba su esposa Patricia para que desistiera de la candidatura presidencial y no arriesgara su estabilidad y carrera de escritor. En definitiva el sólo hecho de compartir con sus lectores el juicio de ella, de que dicha aspiración si bien es cierto se dio a causa de una “razón moral” propia del novelista candidato, fue más decisivo a juicio de ella, la aventura, la ilusión de vivir una experiencia llena de excitación y de riesgo. “De escribir, en la vida real, la gran novela”, como lo autoconfiesa en ese incomparable relato de su corta pero intensa vida partidaria.

Pero más allá de toda valoración especulativa e imaginaria sobre el más preclaro de los intelectuales de Iberoamérica, ahora convertido en una figura mundialmente más conocida gracias al reconocimiento de la Academia Sueca que lo premia con este monumental galardón, Vargas Llosa es un gran conocedor de la realidad centroamericana.

Y lo es no sólo por la afilada documentación editorial que posea en sus enormes bibliotecas de Lima o Madrid, sino por la comunicación permanente que ha mantenido con ciudadanos de esta región del planeta con quienes ha compartido momentos y vivencias (Claribel Alegría, Sergio Ramírez, Francisco Pérez de Antón, entre muchos otros), sino también por las visitas que desde los ochenta ha venido realizando en presentaciones de libros, conferencias, redactando reportajes sobre los sandinistas para el New York Times, aceptando reconocimientos o en viajes familiares como el del año nuevo del 2006 en algún archipiélago montañoso de Panamá.

Estos vínculos con la región van desde su deslumbramiento por Rubén Darío o Miguel Ángel Asturias, sus elogios a la democracia costarricense o sus razonamientos a la “torpeza” con que fue depuesto el ex presidente de Honduras, Manuel Zelaya, por Roberto Micheletti y su rechazo contra los tentáculos chavistas, al pretender insertar a ese país en la órbita de naciones bajo el influjo de Venezuela.

Ojalá que Vargas Llosa mantenga ese optimismo por la democracia, ojalá que las semidictaduras no se entronicen, pues si bien es cierto que en Nicaragua no hay presos políticos, como le ripostó el Vicepresidente de Nicaragua, Jaime Morales Carazo, no menos cierta es la necesidad de respetar el orden constitucional y evitar los fraudes electorales. Y a nivel regional consolidar la democracia y mitigar la pobreza que por momentos pareciera crecer y degollar toda esperanza.

Fuente: La Prensa (Nicaragua)