A seis meses de haber llegado al poder, el gobierno de Sebastián Piñera ha ido delineando un estilo de intensa actividad para promover una gestión más eficiente del aparato estatal, aunque sin todavía definir una visión más amplia de políticas que entreguen un sello a su administración.

El gobierno asumió luego del peor desastre natural que le ha tocado sufrir al país en décadas. Las nuevas autoridades debieron abocarse a enfrentar las consecuencias de un terremoto que golpeó la espina dorsal del territorio nacional. Encarar este desafío fue una importante prueba para “la nueva forma de gobernar” que había prometido Piñera en la campaña presidencial. Al dividir acertadamente el problema entre aquellos asuntos que requerían una solución de emergencia y los que exigen una reconstrucción de largo plazo, el gobierno dio muestras de su capacidad de gestión. La fase de emergencia fue enfrentada con éxito y se encuentra prácticamente resuelta. Queda por delante la de reconstrucción, donde se han hecho avances importantes.

Liderado por el Presidente, el Ejecutivo ha mostrado un estilo de gobierno hiperactivo, que demanda una alta entrega a quienes lo desarrollan. Se trata de un sistema de trabajo intenso que ha llevado a ministros, subsecretarios y altos directivos a realizar renuncias personales importantes y que está ayudando a crear un nuevo estándar de desempeño, más exigente en términos de dedicación y también en cuanto a la transparencia y los requisitos que se necesitan para cumplir la función pública de alto nivel.

La promesa de mayor eficiencia en la gestión ha significado que el gobierno busque atender y resolver de inmediato los asuntos que se le presentan, aplicando soluciones ad hoc y buscando mayorías parlamentarias caso a caso. La noción de que lo que requiere el país es un “mejor Estado”, también enunciada durante la campaña, concuerda con este enfoque, que pretende resolver los problemas sin introducir reformas de fondo que supongan un cambio de paradigma. Sin embargo, parece obvio que hay temas pendientes, como los que se relacionan, por ejemplo, con la sostenida pérdida de productividad de la economía en los últimos años o el escaso avance en mejorar la calidad de la educación, que no pudieron ser solucionados o se vieron agravados durante las administraciones previas. Este tipo de asuntos requiere de soluciones que, al mismo tiempo que promuevan una gestión más eficiente de los recursos, se aborden con enfoques distintos. Sin embargo, en este ámbito las nuevas autoridades aún no han definido esos enfoques diferenciadores que podrían revelar una visión de más largo plazo y terminar transformándose en el sello distintivo del gobierno.

No obstante lo anterior, el Ejecutivo enfrenta un panorama auspicioso al entrar en su segundo semestre en La Moneda. La actividad económica creció a tasas superiores al 7% en julio (se proyecta que en agosto habría superado la barrera del 8%) y el desempleo ha caído. El ánimo del país es positivo de cara a los festejos del Bicentenario y en espera de un feliz término al drama de los 33 mineros atrapados en la Región de Atacama. Por último, el Ejecutivo enfrenta una oposición que aún no consigue rearticularse en torno a un liderazgo, un discurso y una identidad renovados luego de sufrir el trauma de la pérdida del poder tras ejercerlo por 20 años.

Fuente: La Tercera (Chile)