Es tal el alineamiento de ciertos medios y columnistas con la reelección, que cualquier lector conforme con el título de esta columna creería que votaré por el candidato-presidente. “El régimen” -como diría Álvaro Gómez- lleva meses convenciendo a los colombianos de una ecuación que no cuadra: negociación = paz = Santos: y solo reeligiéndolo es posible, y solo negociando con las Farc en las condiciones extorsivas de La Habana.

¿Cuáles son? Primero: a espaldas del país, en un secreto inconveniente que se ha querido vender como necesario. Segundo: sin que la contraparte, que también dice querer la paz, deje de asesinar policías desarmados, volar oleoductos, reclutar niños, extorsionar, producir drogas y traficar con ellas, más otros crímenes de guerra. Tercero: sin plazos. La negociación de meses, exigida con arrogancia y anunciada con oportunismo, lleva dos años y falta lo más crítico y las salvedades que quedaron para el final como desacuerdos irreconciliables. Cuarto: con el modelo económico dentro de la agenda -el desarrollo rural integral- y hasta instituciones democráticas como la organización política y electoral. Y quinto: con impunidad según las Farc, o disfrazada según el Gobierno, que ya anticipa, a través del Fiscal, el “trabajo social” para pagar delitos de lesa humanidad. No quiero ver a Timochenko en el Congreso de la República, pero tampoco lo imagino limpiando parques, cuidando ancianos o ayudando a dirigir el tráfico.

Yo también voto por la paz, como esos columnistas que se apropian de ese anhelo popular para cantar su voto reeleccionista. Pero votaré por una paz digna, creíble, con perdón y reconciliación pero sin impunidad, que preserve nuestras instituciones y no las negocie como pago extorsivo para acallar los fusiles. Que la paz se hace con los enemigos, ¡claro!, pero con enemigos que también quieren la paz y lo demuestran con hechos. ¿Qué necesidad tienen de explotar el tubo cada semana, afectar a comunidades pobres y acabar con la naturaleza? ¿Voluntad de paz o amenaza extorsiva? Si hablan de paz, ¿para qué asesinar al capitán Ortíz Lozada en la Unión Peneya?, un joven que nadie “prestó” para la guerra, sino que eligió servir a su patria.

Que la paz que ofrece Zuluaga es un engaño guerrerista, imposible de negociar. ¡Otra falacia! ¿Será mucho pedir que suspendan el terrorismo, devuelvan secuestrados, informen sobre desaparecidos, entreguen tierras despojadas, mapas de campos minados y menores reclutados? ¿Que abandonen el narcotráfico, reconozcan que victimizan a la sociedad y se sometan a un sistema transicional d justicia y a un programa para reincorporar a sus combatientes? ¡Eso es lo que se tenía que negociar! Nunca el modelo de desarrollo rural, ni la política de tierras, ni el estatuto de la oposición, ni la política antidrogas o la de reparación a las víctimas.

Esa es la negociación que comparto. Esa es la paz que apoyo con mi voto por Óscar Iván Zuluaga.

Nota bene. Me impresiona una coincidencia gestual de la dupla Santos-Vargas en los debate: la sonrisa burlona mientras habla su adversario, que contrasta con la dignidad y compostura de Zuluaga y Holmes. Los gestos también hablan.

Fuente: El Universal (Colombia)