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EEUU: Gary Becker, maestro y amigo – por Manuel Suárez Mier

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D11_097_139“En última instancia, la economía debe juzgarse por cuanto nos ayuda a entender el mundo y qué tanto nos sirve para mejorarlo”

El fin de semana pasado murió Gary Becker, profesor de economía y sociología de la Universidad de Chicago y premio Nobel de Economía 1992. Los copiosos panegíricos publicados en prensa e internet elogiando sus aportaciones a la ciencia económica, acreditan su calibre intelectual y su enorme influencia profesional.

El original enfoque de Becker al aplicar herramientas del análisis económico clásico al examen de problemas como la discriminación hacia grupos minoritarios en la contratación de trabajadores, amplió las fronteras de la ciencia y llevó a resultados contraintuitivos: el libre mercado impone costos de manera automática a quienes incurren en esa odiosa práctica, lo que procedió a probar empíricamente.

Becker fue uno de los pioneros en referirse al gasto que realizamos en educación, salud y entrenamiento, como “inversión en capital humano,” lo que de inmediato se prestó para medir la rentabilidad de ese gasto con el aumento en la probabilidad de  conseguir empleo mejor remunerado, lo que permitió analizar el capital humano de forma análoga a las inversiones empresariales en capital físico.

Ya encarrerado en aplicar las técnicas del análisis económico a diversos ámbitos del devenir humano, lo que fue denunciado por profesionales de otras disciplinas como “imperialismo de la economía,” Becker estudió el crimen y cómo castigarlo mejor; el matrimonio, el divorcio y la fertilidad de las parejas; el comportamiento altruista y cómo explicar la racionalidad económica de quien regala parte de su fortuna

En todos los casos, Becker diseñaba una elegante teoría para explicar el fenómeno que ocupaba su atención, lo que acto seguido procedía a probar con la evidencia empírica necesaria para conseguirlo. Así concluyó que conforme aumenta el ingreso de las familias y la oportunidad de empleo para las mujeres, disminuye la cantidad de hijos, al tiempo que se invierte mucho mayor capital humano en los que quedan.

Yo llegué a la Universidad de Chicago para realizar mis estudios de postgrado en economía en 1970, pocos meses después que Becker se reintegrara a su facultad después de una docena de años en la universidad de Columbia, y tomé mi primer curso con él en el otoño siguiente, lo que resultó revelador y aterrador.

Revelador porque su cátedra abría las cortinas de una pléyade de fenómenos sociales que nunca hubiera pensado que podían explicarse con el herramental de la economía –ciertamente imposible con lo que aprendí en la UNAM- y aterrador porque cada hora de clase exigía al menos otras diez de intenso estudio.

Felizmente, contábamos con el apoyo del texto de Becker “Teoría Económica” recién salido, producto del trabajo de dos estudiantes de Columbia que transcribieron su clase en esa universidad, y su consejo de “que la forma más efectiva de aprender teoría económica es resolviendo la mayor cantidad posible de problemas.”

Por fortuna para mí, en ese momento intervino mi incansable Ángel de la Guarda pues era claro que yo solo no podría con el paquete. Unos brillantes estudiantes chilenos, con el inefable Miguel Kast a la cabeza, se dieron cuenta que mi inglés era bastante mejor que el suyo por lo que integramos un grupo de trabajo basado en mis notas de clase, y en sus muy superiores conocimientos para resolver problemas.

Así, no solo pude aprobar los cursos que enseñaba Becker sino eventualmente también el examen para aspirar al doctorado, de seis horas de micro y macroeconomía, en el invierno de 1972, cuyo comité presidía el propio Becker. De 27 estudiantes que lo tomamos, hubo dos aprobados completos y dos parciales, ¡el 11%!

Cuando me avisaron que habían salido los resultados –una hoja sin nombres, solo claves- y verifiqué con absoluta incredulidad haber pasado, apareció Becker con unos compañeros reprobados, y nos invitó a su oficina donde respondió a sus preguntas, poniéndome como ejemplo: yo me quería morir de la pena, pero no antes de celebrar haber culminado la inverosímil hazaña de aprobar los exámenes doctorales.

A partir de allí nos hicimos amigos. El año siguiente, poco después del embargo de la OPEP y el aumento en el precio del petróleo, vino a México con sus hijas Judy y Cathy, y después de visitar Teotihuacán, ante un atardecer multicolor producto de la contaminación, pronosticó que el cártel petrolero fracasaría en el mediano plazo, lo que en efecto sucedió.

Ya habrá ocasión de contar más anécdotas de este leal amigo y gran economista que mucho extrañaremos.

Fuente: Asuntos Capitales (México)

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