Se cumple el noveno año de gobierno frentista y el onceavo de crecimiento económico consecutivo. El país se encuentra claramente mejor si observamos las cifras del producto bruto interno, pero en nuestro fuero íntimo todos sabemos que estamos peor en lo que verdaderamente importa.

No me refiero a los manidos temas de siempre, como la seguridad, la educación y la salud sobre los que el panorama es suficientemente claro, sino a ese “nosotros” a veces tan difícil de aprehender, al rumbo de nuestra sociedad.

Las administraciones frentistas nos ofrecen una brutal paradoja —una más— en un supuesto avance de las libertades que nada tienen que ver con los verdaderos fundamentos de la Libertad. Mientras el Estado de Derecho cruje al golpe de las arbitrariedades y las leyes inconstitucionales, el gobierno posa de liberal con medidas que aprueba The Economist pero rechaza la inmensa mayoría de los uruguayos. Mientras desde el exterior se aplaude al presidente, por estos lares sufrimos al ver como el país se pierde y se destruyen sus elementos más esenciales, los que lo definen.

Hagámonos una sola pregunta: ¿Qué van a dejar los diez años de “progresismo” sacando el crecimiento de la economía? Cuando baje la ola y el nuevo uruguayo caiga de lleno en la realidad se va a encontrar con libertades recortadas, menos instituciones, más corporativismo, degradación de valores personales y colectivos, en definitiva con una peor sociedad.

El año que viene estamos llamados a pronunciarnos sobre estos temas. Cuando la campaña electoral despunte luego de la siesta veraniega, cada uno de nosotros tendrá la responsabilidad de escuchar a los candidatos y sacar sus propias conclusiones. Si somos el país que alguna vez creímos debemos apostar a cambiar. Todavía, a pesar del gobierno, la mayoría de los uruguayos (de todos los partidos) comparte valores reñidos con los que se propagan desde el poder.

La mediocridad instalada como credo oficial, la burla del voto del ciudadano, el descreimiento por la falta de coherencia, el acomodo como medio y fin la actividad política no es una realidad ineluctable. Depende de cada uno de nosotros, del compromiso que estemos dispuestos a asumir, de la valentía con que enfrentemos los enormes desafíos que tenemos por delante. Se puede construir un país mejor, pero no con falsos mesías sino con un proyecto de país que enamore y convoque porque vale la pena.

Uruguay es el mejor país, como canta Igudesman y nos nombró recientemente la revista The Economist, pero no porque “es casi siempre caliente” o porque existe un monopolio estatal para vender marihuana, sino por lo que hemos construido, con aciertos y errores, en casi dos siglos. Uruguay es el mejor país, pero no el de hoy, es el que tenemos la obligación moral de rescatar el año próximo. Brindamos para que el 2014 nos encuentre con una sonrisa más amplia, sabedores de que el 1° de marzo de 2015 llegan tiempos mejores para los uruguayos.

Fuente: Libertad y Progreso (Argentina)