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Latin America

Opinión: Una historia policíaca – por Alfred Kaltschmitt

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Mucha basura le cae a uno por internet. La recepción es multivariada, agresivamente reiterativa y sin duda, exuberante y prolífica. El basurero virtual se engorda diariamente con todo lo que le alimentamos. Pero a veces, los amigos le envían algo a uno que lo hace reír. Y francamente, en estos días de lipidia noticiosa benigna lo que más falta es una buena carcajada; así es que, con el perdón de los serios, sensatos y circunspectos que preferirían no verme desperdiciar mi espacio en babosadas, es fallaré por esta vez, en aras de satisfacer esta mi ansia interna de evadir la realidad con la risa, remedio infalible para esquivar los efectos de las malas nuevas.

Que conste que la historia está aderezada con cierta dosis de cinismo y un salpicón de crítica. Aquí les va:

“Tengo un sueño muy liviano y en una de esas noches noté a alguien deambulando sigilosamente por el jardín de la casa. Me levanté en silencio y me quedé quieto, tratando de seguir los leves ruidos provenientes de afuera.

Pude ver una silueta pasando por la ventana del baño. Como mi casa es muy segura, con rejas en las ventanas y trancas internas en las puertas, no entré en pánico, pero por supuesto que no iba a dejar al ladrón ahí, sin hacer nada. Llamé en tono bajito a la Policía Nacional Civil, informé de la situación y les proporcioné mi dirección.

Me preguntaron si el ladrón estaba armado; de qué calibre era el arma, si estaba solo, etcétera; y si ya estaba dentro de la casa. Aclaré que no y que de las características del arma no sabía nada. ¿Cómo lo iba a saber?

Me dijeron que no había ningún autopatrulla cerca para ayudar, pero que iban a mandar a alguien en lo que fuese posible. Si pasaba algo que volviera a llamar (?¡?¡?¡??¡?).

Unos minutos después llamé nuevamente y dije con voz calmada: ‘Hola, hace un rato llamé porque había alguien en mi jardín. No hay necesidad de que se apuren. Yo ya maté al ladrón con un tiro de escopeta calibre 12, que tengo guardada para estas situaciones y el tiro hizo un desastre sobre el tipo. Le volé la cabeza con la bala y ahora están sus sesos regados por el jardín…

Pasados menos de tres minutos, había en mi calle cinco autopatrullas con unos 10 policías armados hasta los dientes; una unidad de rescate; una unidad de los bomberos voluntarios; un equipo de equipo de reporteros de varios canales de televisión y radio; el fiscal de turno del Ministerio Público; dos legisladores de la Comisión de Derechos Humanos —a robar cámara— que mantienen monitoreo constante por radiocomunicación; y un grupo de los Derechos Humanos, que, por supuesto, no se perderían esto por nada del mundo.

Todos ellos terminaron deteniendo al ladrón in fraganti…, quien estaba mirando todo con cara de asombro. Tal vez pensando que era la casa del jefe de Policía donde se había metido. En medio del tumulto, el jefe de la comisaría del área se aproximó y me dijo con tono de regaño:

—Creí que había dicho que había matado al ladrón.

Yo contesté: —Creí que me habían dicho que no había nadie disponible…”.

Fuente: Centro de Estudios Económico – Sociales (Guatemala)

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