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México: Hace veinte años – por Manuel Suárez Mier

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“Si alguien hubiera pronosticado tan terribles contratiempos en el brindis de fin de año de 1993, hace hoy veinte años, hubiera sido el hazmerreír de la fiesta pues todo parecía no solo ir bien sino que los logros alcanzados estaban anclados en un firme e imponente trabuco institucional.”

Mi artículo de la semana pasada sobre las reformas emprendidas por la administración de Enrique Peña Nieto en el que mostré cierto escepticismo hasta ver cómo se echan a andar para transformar la necia realidad de nuestro país, me forzó a recordar el exagerado entusiasmo que sentí hace dos décadas.

Culminaba con éxito el quinto año del gobierno de Carlos Salinas, quién había también emprendido ambiciosas reformas para transformar a la economía mexicana que finalmente se había abierto a la competencia internacional, culminando con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Ese quinquenio se había iniciado con la cuarta y definitiva renegociación de la abultada deuda pública externa contraída durante los abusos populistas de la docena trágica, que había pasado de representar un 4% del Producto Interno Bruto (PIB) en 1970 hasta más del 80% del PIB en 1982.

En su mensaje de toma de posesión, Salinas instruyó a su flamante secretario de Hacienda Pedro Aspe a que emprendiera una nueva negociación con los acreedores de nuestro país -más de mil bancos- para remover el peso de una carga financiera que hacía imposible que el país pudiera crecer.

Las negociaciones realizadas en 1983, 1985 y 1987 habían sido insuficientes para obtener el alivio financiero necesario por circunstancias diversas, como el notable aumento de tasas de interés en Estados Unidos y el desplome de los precios del petróleo, por lo que era necesario un nuevo y radical enfoque.

El negociador de la deuda fue, paradójicamente, José Ángel Gurría, quien había contratado buena parte de esos pasivos –de ahí su apodo de “Ángel de la Dependencia,”- pero ni siquiera su enorme talento y habilidades convencieron a los banqueros de aceptar los términos necesarios para resolver el problema.

Al enterarse Salinas del fracaso en la negociación, llamó al Presidente George Bush (padre) para informarle que México anunciaría la suspensión de pagos en su deuda externa el siguiente lunes, a lo que Bush le dijo que había que hacer un último esfuerzo, con la intermediación de las autoridades financieras de EU, por lo que le urgió a enviar a sus negociadores a Washington.

Ese fin de semana de julio de 1993, encerrados interminables horas en la sala de juntas del secretario del Tesoro de EU, los negociadores mexicanos, supervisados telefónicamente por Salinas, y el comité de banqueros acreedores, ahora presionados por sus autoridades, alcanzaron un acuerdo que cortaba la deuda en 35%.

El llamado Plan Brady, por el secretario del Tesoro Nicholas Brady, funcionó de manera notable, a pesar de que el descuento obtenido fue muy inferior al concedido hace poco a Grecia, sin que su problema financiero se haya resuelto a cabalidad, todavía requirió de un “road-show” de seis meses para conseguir el acuerdo de todos los bancos acreedores.

Una vez alcanzado este notable éxito se procedió con toda celeridad a la negociación del TLCAN, que habría de consolidar la apertura de la economía mexicana, dándole una certeza institucional que no hubiera sido posible sin ese importante compromiso con nuestros dos vecinos del norte.

Con el TLCAN aprobado por los tres países y el candidato del PRI elegido por Salinas para la elección de 1994, todo parecía marchar, cuando, súbitamente se inicia ese año horrible con el “levantamiento” del subcomediante Marcos en Chiapas, seguido poco después por el asesinato de Luis Donaldo Colosio.

Con esta tragedia todo cambió. Los cuidadosos planes de Salinas para seguir con sus reformas con Colosio en la Presidencia, se vinieron al suelo, y no hubo más reformas, hasta después de la elección de Enrique Peña Nieto el año pasado. Ello explica el mediocre comportamiento de la economía.

Si alguien hubiera pronosticado tan terribles contratiempos en el brindis de fin de año de 1993, hace hoy veinte años (menos unas horas), hubiera sido el hazmerreír de la fiesta pues todo parecía no solo ir bien sino que los logros alcanzados estaban anclados en un firme e imponente trabuco institucional.

Como averiguamos bien pronto en 1994, eso no fue así. Ello explica mi reticencia a adoptar con un entusiasmo comparable las encomiables reformas emprendidas por el actual gobierno, pues, como versa el dicho popular, “el que se quema con leche, hasta al jocoque le sopla.”

Tengo los mejores deseos por que las reformas de Peña Nieto tengan el mayor éxito posible pues en ello radica que nuestro querido país pueda, ahora sí y en definitiva, dar el gran brinco que lo coloque entre las grandes ligas de las naciones desarrolladas. ¡Ojalá que ahora no vuelva a ocurrir lo impensable!

Fuente: Asuntos Capitales (México)

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