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Argentina

Argentina: 2014 asoma complicado: Más desbalances y menos tiempo – por Dante Sica

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Grito2012PDespués de los cambios en el gabinete, el Gobierno volvió a dar signos equívocos en la conducción de la economía. Todavía no es tarde para reaccionar, pero si no lo hace, lo hará el mercado, y este no elige ganadores y perdedores.

Luego de un 2012 en que la economía se mantuvo prácticamente estancada, la suerte –una buena cosecha y la recuperación de la demanda de automóviles en Brasil–, permitió un crecimiento modesto en el 2013 (de alrededor de tres por ciento). También tuvieron un rol fundamental las necesidades electorales, que llevaron al Gobierno a doblar sus esfuerzos por maximizar la actividad. Sin embargo, esto último no fue gratis: los desequilibrios económicos continuaron creciendo, y varios de ellos entraron en terreno de urgencia.

En este contexto, 2014 asoma complicado. Los cambios que siguieron al regreso de Cristina a sus funciones tuvieron un impacto positivo en la opinión pública en general y en el mundo empresario en particular, dado que las autoridades reconocieron problemas que antes se negaban (como la inflación), comenzaron a transitar caminos que antes afirmaban que jamás se transitarían (como acordar un pago con Repsol), y desplazaron funcionarios que teóricamente eran inamovibles (como Guillermo Moreno).

Sin embargo, este “aire” se disipó rápidamente, luego de que apenas días más tarde el Gobierno volviera a dar signos equívocos en la conducción de la política económica, que se sumaron a un deterioro del clima social de la mano de los conflictos con las policías en prácticamente todas las provincias y los cortes masivos de energía.

En materia económica, el nuevo equipo económico apuntó únicamente a mejorar la competitividad de las exportaciones acelerando el ritmo de depreciación del peso, y frenar el drenaje de reservas apretando el cepo cambiario con medidas altamente distorsivas (turismo, autos y electrónicos). También se procuró “adelantar” la oferta de divisas reconociendo un alto rendimiento por los dólares de la cosecha que estaban en stock, prácticamente otorgando un seguro de cambio. Y si bien es innegable que el drenaje de reservas encabeza la lista de urgencias, también lo es que este fenómeno es sólo el “taxímetro” de los desbalances existentes. De manera que en la medida que no se corrijan los desequilibrios de fondo que ocasionan un exceso de demanda de divisas (o, lo que es lo mismo, un exceso en la oferta de pesos), las presiones sobre el mercado cambiario persistirán.

En este sentido, la clave pasa por la distorsión existente en el precio (relativo) de la energía, que se agrava a paso acelerado por un contexto de tasas de inflación bien instaladas por encima del 20 por ciento, y ahora también por el mayor ritmo de depreciación del peso. Estos factores aumentan los subsidios, lo que incrementa el gasto público y el déficit. Y dado el régimen de dominancia fiscal en que se encuentra inmersa la política económica, esto se traduce en una mayor emisión para financiar el déficit. A su vez, la emisión pone más pesos en manos del público que de alguna manera compra dólares a tipo de cambio oficial por los pocos canales todavía habilitados (tarjetas, importaciones, turismo, etc.), lo que presiona sobre las reservas del Banco Central. Pero además, como la gente observa que cada vez hay menos dólares en relación a los pesos, compra en el mercado paralelo, sosteniendo la brecha. Para evitar que ésta se amplíe el Gobierno devalúa el dólar oficial más rápido. Lo que en mayor o menor medida se traduce en un incremento de la inflación (eliminando o al menos atenuando la depreciación real) y mayor presión sobre el gasto público, retroalimentando el proceso.

Obviamente el rumbo adoptado por el Gobierno no sorprende, dado que destruir algunos de los íconos del relato para mejorar su credibilidad tiene sólo el costo del relato y todo el beneficio de ganar nuevos apoyos en el mundo empresario. Pero corregir las tarifas energéticas (principal factor detrás del déficit fiscal) y poner en caja la inflación posee un costo político elevado dado su impacto distributivo y sobre el empleo.

El problema es que el tiempo pasa, y las correcciones de fondo no aparecen. En este contexto, el mercado asoma y el margen de maniobra económico, social y político se reduce. Todavía no es tarde para reaccionar, pero si no se pone en marcha una solución, será el mercado el que la imponga. Y este no elige ganadores y perdedores de manera de minimizar las pérdidas y distribuirlas de la manera más equitativa posible.

Fuente: La Voz (Argentina)

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