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Latin America

Opinión: Paz y felicidad – por Caroll Ríos de Rodríguez

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¿Qué podemos hacer para crecer durante estas fiestas navideñas?

Nuestros líderes espirituales nos advierten sobre la paulatina paganización de las fiestas navideñas. Es fácil caer en un estado de ánimo agradable pero olvidado del sentido cristiano de la conmoción. Por eso les comparto un artículo que me envió una amiga titulado “10 Secretos de la Navidad para una sociedad posmoderna” por el Padre Alejandro Ortega. (Catholic.net) Centró mi atención en lo importante. Ortega identifica la virtud dominante de cada personaje en un nacimiento imaginario. De los ángeles aprendemos acerca de la espiritualidad, de San José acerca de la providencia, y del buey y el burro, la calma. No puedo resumir los diez secretos aquí, así que me enfoco en los cuatro más impactantes: el silencio, la esperanza, la humildad y la paz.

La nuestra es una cultura “hiperparlante”. Si Usted o yo hubiésemos presenciado el nacimiento del Niño Dios en Belén, poseídos de medios de comunicación modernos, ¡cuánto mensajito hubiéramos generado! No cesaríamos de subir fotos, incluyendo autorretratos, a Facebook. Pero si lográramos divisar a la elegante Virgen María, repararíamos en el valor del silencio. Dice San Lucas que ella “guardaba todas las cosas, y las meditaba en su corazón”. La Biblia recoge pocas palabras manadas de sus labios, pero su silencio luce contemplativo y amoroso. Siendo la gran coprotagonista del momento cumbre en la historia, ella permanece callada. Debemos cultivar tanto el silencio exterior como el interior. Es preciso desenchufarnos de los estímulos externos, al tiempo que ponemos freno a la aprehensión, la imaginación, la susceptibilidad y otros ruidos perturbadores en nuestra cabeza. El silencio interior y exterior es necesario para meditar (orar), recargar baterías y poner las cosas en su justa dimensión.

Otra característica de nuestra sociedad es la desesperanza, la cual a su vez engendra la superficialidad. “La superficialidad es la enfermedad de los que no esperan nada,” sentencia Ortega. Sartre y sus seguidores convencieron a muchos que la esperanza es la peor locura porque todo está perdido. Ya no resta nada por conocer ni pico por conquistar. En contraste, el pueblo judío mantuvo la esperanza. Dios no los defraudó y envío a su Hijo para salvarnos. Quien espera en Jesucristo no alberga una vana ilusión. El optimismo cristiano educa el alma porque nos enseña a ver el mundo a través de gafas positivas; descubrimos lo bueno a nuestro alrededor y confiamos en un futuro mejor. Volcamos la vista hacia arriba, sin menospreciar lo mundano.

Arriba, en el firmamento, están las estrellas. Ortega sostiene que ellas nos enseñan humildad. Uno pensaría lo contrario dado que brillan como las estrellas de cine de nuestra época. Podrían ser el paradigma del glamur, de la obsesión por la apariencia externa y el afán por destacar. Pero el autor intuye que cada una resplandece según su tamaño y fulgor, sin acomplejarse o compararse con las otras, y sin buscar halagos. No envidian siquiera a la estrella elegida para guiar a los reyes magos. Las vemos sólo cuando oscurece, pero ellas brillan siempre: “las mira Dios, y eso les basta” afirma Ortega.

El artículo finaliza con la virtud de la paz, ejemplificada por la Nochebuena. San Agustín definió la paz como “la tranquilidad del orden”, con lo cual apreciamos que es el resultado cosechado por quien cultiva el silencio, la esperanza, la humildad, la pobreza, la docilidad, la fe y las demás virtudes. La ventaja es que el esfuerzo por adquirir una virtud nos ayuda también a crecer en otras. Quienes poblamos esta sociedad posmoderna podemos ser felices, si nos hacemos de hábitos virtuosos e imitamos a los protagonistas de la Natividad.

Fuente: Centro de Estudios Económico – Sociales (Guatemala)

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