Los cambios en el así llamado “gabinete nacional” (porque en realidad “gabinete” no hay desde el momento que no hay trabajo en equipo, no hay reuniones, no hay discusiones de ideas entre los ministros) dan respuestas a varios de los interrogantes que se fueron acumulando durante la ausencia de la presidente.

Recuerdan ustedes que en ese lapso surgieron dudas sobre qué sector del internismo oficial saldría fortalecido luego de las elecciones y del reposo de la Sra. de Kirchner. Allí se hablaba de “halcones” y “palomas”, de “racionales” y “radicalizados”. Entre los primeros se incluía al secretario legal y técnico del gobierno, Carlos Zannini, al viceministro de economía, Axel Kicillof, y al secretario de Comercio Guillermo Moreno.

Entre los segundos se incluía a Hernán Lorenzino, ministro de economía; a Mercedes Marco del Pont, presidenta del BCRA, al vicepresidente Amado Bodou y al jefe de gabinete Juan Manuel Abal Medina.

A su vez las elucubraciones políticas daban cuenta de un manejo del secretario Zannini para lograr encumbrar un delfín kirchnerista para las elecciones de 2015 que destronara definitivamente las aspiraciones de alguien a quien el kirchnerismo no tragó nunca: Daniel Scioli.

El solo repaso de lo que ha ocurrido exime de mayores comentarios. Los “halcones” se han impuesto; el brazo marxista del kirchnerismo también. Zannini, el arquitecto maoista de la maniobra ha colocado a Jorge Capitanich como jefe de gabinete. Se trata de la confirmación del adelanto que tuvimos la noche del 27 de octubre donde, ante la cara atónita de Scioli apareció, por detrás, en una pantalla gigante, con una sonrisa de oreja a oreja, el gobernador del Chaco. La otra opción del secretario era Urribarri, pero finalmente se impuso Capitanich. De todos modos lo importante era abortar la desembocadura en Scioli, y eso se ha logrado.

En materia económica, de relacionamiento internacional y de manejo de la deuda en default, el despido de Lorenzino y de Marcó del Pont, también explican a los triunfadores. El ex ministro era partidario de adoptar el “plan Bruno” (preparado por el Dr. Eugenio Bruno desde el Estudio Garrido) para ofrecer un arreglo integral a los acreedores, tanto a los institucionales como a los fondos y terminar con la deuda en default de una vez para volver asi a los mercados financieros internacionales. Zannini se oponía ferozmente a esa perspectiva, partidario como es de seguir pagando deuda con reservas y de mantener el asilamiento internacional. Ahora ya sabemos quién ganó ese partido.

La ahora ex presidente del BCRA había admitido la inflación y los problemas con el dólar, diciendo que el gobierno encararía esas cuestiones “sin dogmatismos”. Resulta obvio que cometió una inocencia.

Obviamente Marcó y Lorenzino estaban lejos de ser Von Hayek y Erhard, pero comparativamente daban señales de intentar aplicar una mayor racionalidad en materia económica. Y que conste que decimos esto de quienes negaron hasta el final de sus gestiones el origen monetario de la inflación, desconociendo la impresión de billetes como la principal causa del envilecimiento de la moneda y, como consecuencia, del aumento de los precios.

Ahora la mayor autoridad económica de la nación es la persona que en el recinto del Congreso dijo “odiar” dos conceptos: el de la seguridad jurídica y el del clima de inversiones. Cómo se las ingeniará el país de ahora en más para generar empleo productivo es todo un misterio.

La presidente ha decidido jugar la última parte de su presidencia a una decidida radicalización. Guillermo Moreno, un neofascista cuyo reloj se detuvo en los años ’40, mantendrá su puesto porque de él se usará su matonismo, esencial también en el marxismo que ahora gobierna sin disimulos.

Quien quiera tener un horizonte proyectado del próximo tiempo argentino puede ver, ahora con más razón que nunca, el surco que ha dejado la Venezuela de Chávez y de Maduro. En esa miseria inmunda de odios y escasez se encontrarán los mejores espejos del provenir más cercano.

Fuente: Carlos Mira (Argentina)