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Argentina

Argentina: Intrigas palaciegas que esperan a la Presidenta – por Carlos Pagni

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El gabinete nacional espera que Cristina Kirchner reasuma sus funciones este viernes. Ese día, después de un último estudio de rutina, le darían el alta.

El estado físico de la Presidenta es muy satisfactorio. La incógnita por despejar se refiere a su estado emocional. Desde que la operaron, redujo sus contactos a la familia, sobre todo a su hijo Máximo, y a los médicos. Carlos Zannini y Oscar Parrilli sólo la vieron unos minutos por día, y por cuestiones impostergables.

¿Qué efectos habrá tenido sobre el ánimo de la Presidenta esa larga introspección? El penúltimo informe de la Fundación Favaloro, del 23 de octubre, incluye una prescripción imprecisa: “Deberá evitar las exposiciones al estrés”. ¿Cómo hacerlo, cuando su trabajo es conducir el Estado? En la intimidad del Gobierno se oye, por ejemplo, que evitará ir a la Casa Rosada.

¿Habrá otras novedades? Nadie conoce cuáles son los planes de la señora de Kirchner para transitar los próximos dos años. Esa incertidumbre ha hecho recrudecer las guerras de palacio.

Cuando regrese, la Presidenta encontrará un staff en convulsión. En las últimas semanas se especuló mucho sobre la posibilidad de que desplace a Juan Manuel Abal Medina para descargar en otro jefe de Gabinete la gestión cotidiana. ¿O Amado Boudou asumirá un rol más operativo?

Estas hipótesis tienen en vilo a los ministros, porque podría anunciar un cambio más amplio en el elenco. Pero también está inquieto Zannini, que quedaría descolocado como primus inter pares.

Zannini es un ave solitaria. Carente de aliados, su ventaja es almorzar o comer todos los días con su jefa. Para él, la presencia más frecuente de Máximo Kirchner en Olivos es un riesgo, porque aumenta la influencia de La Cámpora. En especial de “Wado” De Pedro y del “Cuervo” Larroque.

La relación entre Máximo y Zannini siempre fue tirante. El secretario legal y técnico tiene, además, varios enemigos. Como Abal Medina es uno de ellos, muchos atribuyen a Zannini la versión sobre la designación del gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, en la Jefatura de Gabinete.

Boudou es otro blanco de los celos de Zannini. Durante el actual interinato, el vicepresidente ha soportado varias zancadillas. No vinieron desde la oposición, sino desde el Gobierno. La agencia Télam se cansó de comunicar cancelaciones de actos encabezados por Boudou, que sólo habían sido anunciados por la propia agencia Télam. Cuando Florencio Randazzo estatizó el ferrocarril Sarmiento, aclaró que lo hacía por su cuenta y riesgo. Se interpretó que la Presidenta no había sido consultada. Pero él quiso decir que tampoco quien estaba a cargo del Poder Ejecutivo había participado en la decisión. Un vacío de poder que pasó inadvertido para la apocalíptica Elisa Carrió.

El odio entre Boudou y Randazzo no necesita de Zannini. Se alimenta en el negocio de la impresión de documentos. Boudou cree que muchos datos sobre su vinculación con Ciccone Calcográfica fueron filtrados por el ministro del Interior. Aun así, ¿Randazzo podría haber ignorado al vicepresidente en la estatización de un ferrocarril sin un guiño de Zannini? Los amigos de Boudou también sospechan que este poderoso secretario está detrás del mayor daño sufrido en estos días: la Cámara de Casación Penal convalidó las acusaciones contra su presunto testaferro, Alejandro Vandenbroele, cuando él estaba al frente del Estado. ¿Alguien se interesó en que el fallo se dictara antes del regreso de la Presidenta? Zannini se ha hecho una fama de gestor tribunalicio que tal vez resulte inconveniente.

Estos conflictos no obedecen a alineamientos conceptuales. Son intrigas cortesanas. Sin embargo, Zannini y Boudou están separados también por imágenes distintas sobre el futuro del Gobierno. En ausencia de Cristina Kirchner, el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, y el secretario de Finanzas, Adrián Cosentino, avanzaron, con el padrinazgo de Boudou, en la firma de un acuerdo para pagar cinco laudos de empresas con reclamos en el Ciadi. Entre ellas está Azurix, que tiene una vinculación estrechísima con la administración de Barack Obama a través del ex consejero nacional de Seguridad James L. Jones.

Boudou y sus aliados presentan este entendimiento como algo más que una entrega de bonos destinada a habilitar desembolsos del Banco Mundial. Quieren que sea visto como el comienzo de esa normalización financiera que ellos prometen a la banca desde el año 2009. El problema de Boudou y Lorenzino es que, en tres casos, no están reconociendo la acreencia de los demandantes originarios, sino de fondos especulativos -“buitre”, en la jerga oficial- que compraron sus derechos. Entre ellos está Gramercy, protagonista principal del canje que ellos dos organizaron en 2010. ¿Cuánto pagaron esos fondos por los laudos que ahora cobran al Tesoro? Antes de comprarlos, ¿consultaron con Boudou o Lorenzino si algún día saldarían esas deudas?

Zannini y Randazzo se regodean con esta falta de transparencia en la intermediación. También Guillermo Moreno festeja las desventuras de Boudou y Lorenzino. Antes de que regrese “la Señora”, como él llama a Cristina Kirchner, realizó una inusual autodefensa en el diario paraoficial Tiempo Argentino: justificó el control de los precios, de las importaciones, del tipo de cambio y de las estadísticas. Dos días después presionó a las mineras para que compren Baade con un argumento borbónico: “Economía soy yo”.

Moreno debe desmentir los rumores sobre su alejamiento, muchas veces alentados por él mismo. Esas versiones han sido un factor más, si faltaba uno, del fracaso del blanqueo de capitales. Sencillo: ¿quién va a mostrar su dinero negro ante un funcionario que está dejando el poder en manos de sus rivales internos? Boudou y Lorenzino sonríen. Ellos justifican el arreglo con Gramercy en la necesidad de obtener dólares que deriva del fracaso de ese jubileo. “El que apuesta a Moreno pierde”, se burlan.

Además de estos enfrentamientos económicos, la Presidenta tendrá que resolver una tensión en el área de Seguridad. A instancias de Sergio Berni, el Ejército está interviniendo en cuestiones policiales. Los gendarmes llevados de la frontera al conurbano fueron reemplazados por militares. El gobernador santacruceño, Daniel Peralta, denunció que para desalojar unos terrenos de Río Gallegos el Gobierno recurrió a tanques de guerra. ¿Será ésta la integración al proyecto nacional y popular que propuso el general César Milani? El teniente coronel Berni manda, por lo visto, más que él.

Los organismos oficialistas de derechos humanos todavía no objetaron estas desviaciones. Pero el ministro de Defensa, Agustín Rossi, está intranquilo porque las nuevas tareas del personal castrense son ilegales. Rossi espera que la Presidenta envíe al Congreso un proyecto que derogue la prohibición de intervenir en asuntos internos que pesa sobre las Fuerzas Armadas. Desconcertante celebración de los 30 años de democracia.

Cada funcionario lustra una manzana para esperar a la señora de Kirchner. La de Zannini es la más vistosa: él se atribuye haber conseguido el fallo de la Corte contra Clarín. Para la Casa Rosada es una victoria estratégica. Para el resto del peronismo, ¿también?

El fracaso de Clarín ante la Corte es un triunfo inestimable para los que suponen que la pérdida de votos de este año no se debe a los errores, sino a los éxitos del Gobierno. Según esa tesis, expuesta por la Presidenta, las transformaciones del kirchnerismo son tan eficaces que obligan a las corporaciones afectadas a manipular sobre la opinión pública para que la gente vote contra sus propios intereses. Se entiende, entonces, que Cristina Kirchner haya respondido a la derrota de 2009 con una ley de medios, y a la de 2013, con la sentencia de la Corte.

Barrera temporal

Para quienes tienen una dependencia parasitaria de su liderazgo, la respuesta de la Presidenta es una estrategia fascinante. Como su jefa, ellos ponen la vista más allá de 2015. Dada esa barrera temporal, a la que no todos se resignan, prefieren preservar la identidad.

En cambio, para los caudillos territoriales que necesitan ganar en 2015, la sentencia es una pésima noticia. El mensaje oficial que siguió a las elecciones no guardó relación con los motivos que, según todas las encuestas, determinan la declinación del peronismo: inseguridad, inflación, corrupción. En vez de hablar de esos flagelos, los funcionarios siguieron batallando con Clarín.

Es lógico: para ellos esas inquietudes no obedecen a problemas objetivos, sino a una percepción social distorsionada por los medios que, según parece, se extiende hasta la Puna. A los dirigentes que, como Daniel Scioli, Miguel Pichetto, el mendocino Francisco Pérez o Martín Insaurralde, reclaman una receta contra la inflación, la Casa Rosada les ofreció la psicodélica visita de Martín Sabbatella a la sede del “monopolio”. Sergio Massa, Julio Cobos, Mauricio Macri, Ernesto Sanz, Hermes Binner o Carrió festejan: sus competidores han quedado atrapados sin salida.

Fuente: La Nación (Argentina)

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