He publicado tres artículos sobre la demagogia racista con que nos han obsequiado a los lectores de periódicos, cada vez con más frecuencia y virulencia. Para hoy tenía preparado el último texto de esa serie, pero aplazaré su publicación en vista del tema de Siria, que a mi juicio amerita una reflexión.

Estados Unidos pretende justificar un ataque contra Siria alegando que el régimen de Bashar al Asad utilizó armas químicas contra su propia gente. “Hay que acabar con la barbarie”, ha proclamado Obama, entre los palmoteos a los que está acostumbrado en su país. Pero ¿quién de veras le cree ese argumento, fuera de su prensa, su Hollywood, sus legisladores (no todos) y algunos de su “oposición” republicana? El ataque con armas químicas ocurrió en un suburbio oriental de Damasco llamado Guta, donde Assad tiene tropas concentradas. ¿Por qué querría atacar a tropas suyas, de las que no puede prescindir, y encima hacerlo cuando los inspectores de la ONU se hallan en Siria? Asad será un sátrapa, pero no un imbécil. Y Obama será muy listo y carismático, pero no sabio ni prudente. Y es que lo suyo no es gobernar, sino hacer campaña. A mí me parece un candidato estupendo, de hecho. Lo terrible de la situación actual es que no estamos hablando de la imagen del mandatario, sino de que miles pueden morir solo para librarlo de una humillación internacional.

¿A qué me refiero con eso? A que hace un año Obama lanzó un ultimátum a Asad sobre su tenencia de armas químicas o biológicas. Un líder mundial –y eso es quien ejerza de presidente de Estados Unidos– no debe lanzar un ultimátum si no está dispuesto a hacerlo valer. Pero Obama habló y, en su arrogancia, pensó que eso sería suficiente. Hoy vemos que no tenía planificado qué haría si Asad lo ignoraba olímpicamente, como efectivamente sucedió. Ahora, para librarse del ridículo internacional, quiere forzar una “acción militar”, eufemismo para matar gente.

Pocos recuerdan que cuando era senador, Obama era muy crítico de George W. Bush… porque este no era favorable al régimen de Asad. Y no solo Obama, sino también los entonces senadores Biden (hoy su vicepresidente) y Clinton (Hillary, su exsecretaria de Estado). Es más, Clinton aseguró que Asad era un “reformador”. Y Biden criticó agriamente a la Secretaria de Estado de 2007, Condeleezza Rice, por su poca disposición a “negociar” con el régimen sirio. El Secretario de Estado actual, John Kerry, afirmó en 2009 que Siria jugaba un “rol esencial en el mantenimiento de la paz y la estabilidad en Oriente Medio”. Pues bien, estos mismos (Obama, Biden, Kerry) son los que quieren un cheque en blanco del Congreso estadounidense para atacar un régimen al que, en su momento, no tuvieron empacho en elogiar.

Aclarémonos: en Siria no hay una guerra civil, ni los llamados “rebeldes sirios” lo son. No son caudillos sino mercenarios. No son sirios sino reclutados de todas partes. Están bien financiados desde Arabia Saudita y Qatar, provistos de apoyo logístico desde Israel, y adiestrados por Estados Unidos. La de Asad es una vulgar dictadura del mismo corte de la de Husein en Irak o Gadafi en Libia, es verdad, pero también lo es que la “indignación” de Obama es un subterfugio hipócrita y un pregón de calamidad mundial.

Fuente: Centro de Estudios Económico – Sociales (Guatemala)