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Perú: Humala, la fatiga del guerrero – por Gina Montaner

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Cuando en 2011 Ollanta Humala ganó las elecciones en segunda vuelta venciendo a Keiko Fujimori, eran más los escépticos que los que confiaban en su gestión como jefe de Estado. El recién electo presidente peruano arrastraba el estigma de un pasado golpista y las creencias izquierdistas que su padre había inculcado a una prole en la que los hijos fueron bautizados con nombres incaicos. Ollanta quiere decir “guerrero que todo lo ve” y había dudas de que se sumara a la revolución del siglo XXI que entonces lideraba el hoy difunto Hugo Chávez.

Bien, Humala ha comenzado su tercer año de mandato y atrás quedaron las sospechas de quienes auguraron en Perú un cataclismo similar al de Venezuela, sacudida por políticas estatistas y atropellos a las libertades. No obstante, a pesar de que el dirigente de Gana Perú desde el principio gobernó con un gabinete de corte liberal, al cabo de dos años se ha visto desbordado por las protestas que en las últimas semanas han tomado las calles con “indignados” que claman contra sus políticas.

Según datos de la encuestadora Ipsos la popularidad de Humala ha descendido 18 puntos de abril a julio con un 33 por ciento de aprobación, el más bajo desde que llegó al poder. Es verdad que bajo su mandato el crecimiento se ha reducido del 6.9 por ciento al 6.3 por ciento, pero sigue siendo el segundo mayor de Latinoamérica, tras el panameño, que excede el 8 por ciento. Por otro lado, el boom de las exportaciones de metales ha descendido como consecuencia de la ralentización de la economía china y Perú podría verse afectado por la volatilidad de la globalización.

Cuando el pasado 28 de julio el Presidente habló ante el Congreso en su discurso anual, lo hizo consciente de que las manifestaciones las encabezan quienes creen que no se han defendido los intereses de los funcionarios públicos y los sindicatos. Los “indignados” se han opuesto a nombramientos en el Tribunal Constitucional y la Defensoría del Pueblo, tachándolos de favores políticos y no por méritos propios. A su vez, los ciudadanos denuncian que no se está haciendo lo suficiente para contener un mal endémico en la región: el de la inseguridad ciudadana y la proliferación de los cárteles de la droga.

Dando por sentado el descontento, Humala ha afirmado estar satisfecho “de no haber perdido la capacidad de aprender de nuestros errores”. Sus palabras han sido un modo de tender puentes, pero, haciéndose eco de una percepción que se extiende, el ex presidente Alan García ha pedido “menos promesas y más obras”. Y es que demás del desencanto generalizado por las “promesas incumplidas”, el mandatario se enfrenta al rechazo que muchos sienten por la influencia que ejerce sobre él su esposa Nadine Heredia.

De ella se ha dicho que pensaba presentarse como candidata presidencial en el 2016 a pesar de que la actual ley no lo permite. Lo cierto es que Nadine, una socióloga elocuente que, en efecto, tiene mucho peso en las decisiones de su marido, ha negado que vaya a postularse. La posibilidad de que se reproduzca un binomio al estilo del desaparecido Néstor Kirchner y Cristina Fernández ha sido uno de los factores que ha afectado negativamente la popularidad del Presidente.

Una cosa era cuando Ollanta Humala en la oposición hacía gala del significado de su nombre. Otra bien distinta es gobernar. Al cabo de dos años el “guerrero” muestra síntomas de fatiga.

Fuente: El Nuevo Herald

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