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Chile

Chile: Las dos almas del socialismo chileno – por Mauricio Rojas

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El senador Camilo Escalona publicó recientemente una columna titulada “A propósito del 4 de junio” que ha tenido gran impacto. La misma contiene algunas verdades importantes, pero también algunas mentiras monumentales sobre la historia del socialismo chileno que es necesario aclarar para entender la súbita reaparición de aquel espíritu de aventura revolucionaria que tanto daño le hizo a Chile en el pasado.

El propósito de la columna de Escalona es denunciar los riesgos que tanto para la coalición de centroizquierda como para el país implica jugar a “la ruptura institucional” implícita en la promesa de Michelle Bachelet de una nueva Constitución. Como todos saben, esto sólo podría realizarse mediante la convocatoria inconstitucional a un plebiscito sobre una asamblea constituyente. Bachelet no lo dice abiertamente, pero su entorno no lo oculta. Resurge así la idea de refundar el país, “por las buenas o por las malas”, como hace poco dijo Fernando Atria, asesor jurídico de Bachelet.

Todo esto es, sin duda, una gran verdad. Y también lo es la reflexión de fondo que hace Escalona sobre la amenaza de golpe institucional que hoy se plantea: “Finalmente, una reflexión más de fondo. Las fuerzas o grupos que pretenden el cambio revolucionario caen en el error de pensar que un golpe audaz, una acción afortunada, puede ‘de golpe’ realizar aquellas añoradas transformaciones, es decir, que de pronto la minoría puede pasar a ser mayoría y materializar su voluntad. Esa es una simplificación profunda del proceso político, cuya raíz no es un pensamiento democrático”.

Pero a continuación de estas certeras palabras, el senador lanza una mentira tan grande como la verdad recién enunciada: “Por el contrario, desde su fundación en 1933, el socialismo chileno se la ha jugado por la profundización de la democracia”. De esta manera, Escalona reitera lo que ya había dicho al inicio de su columna: “Se conmemora este 4 de junio un nuevo aniversario de la instauración de la República Socialista, que tuviera existencia en 1932 […] Fue una corta etapa, pero de ella tomó el Partido Socialista parte de sus definiciones esenciales, sobre todo movilizar a los más humildes por sus derechos básicos y establecer su convicción fundamental que arranca y termina en el valor irrenunciable de la democracia como sistema de gobierno”.

Notable afirmación considerando que lo que Escalona está conmemorando es nada menos que un golpe de Estado contra un gobierno constitucional. El senador no lo dice, pero justamente así nació el socialismo chileno. Como bien explica el actual presidente de la DC, Ignacio Walker, en su libro “Socialismo y democracia” de 1990: “A decir verdad, los líderes de la nueva república no mostraban predilección por las formas liberales de la democracia representativa […] El antecedente principal del PS no debe encontrarse entonces en un régimen de libertades públicas, sino en un putsch militar que puso fin al gobierno constitucional de Juan Esteban Montero”.

El socialismo chileno nació del golpismo revolucionario y por ello no es de extrañar que el punto cuarto de los cinco que forman su declaración fundacional de principios de 1933 diga lo siguiente: “4°. Dictadura de trabajadores. Durante el proceso de transformación total del sistema, es necesaria una dictadura de trabajadores organizados. La transformación evolutiva por medio del sistema democrático no es posible”.

Escalona sabe muy bien todo esto. Por ello, al escribir que “desde su fundación en 1933, el socialismo chileno se la ha jugado por la profundización de la democracia” está adulterando la verdad de una manera que impide comprender más a fondo las actuales tentaciones rupturistas al estilo chavista. El PS ha tenido siempre dos almas que pugnan entre sí por imponerse: aquella que busca atenerse a la legalidad democrática y aquella que apela a la ruptura revolucionaria de la misma. Las figuras de Allende y Altamirano encarnarían en su momento esta dualidad trágica, donde finalmente venció la tentación violentista.

Esta tensión, para citar nuevamente a Ignacio Walker, “entre una retórica revolucionaria y una práctica reformista, al interior de un partido rico en contradicciones internas, permanecerá y se agudizará en los años siguientes” y nos permite entender tanto la historia como el presente del socialismo chileno. Por ejemplo, su trágica deriva revolucionaria de los años ‘60, cuando el PS nuevamente apostó por “instaurar un Estado Revolucionario” para lo cual el uso de “la violencia revolucionaria es inevitable y legítima”, como se proclamó en el Congreso de Chillán de 1967.

Ya sabemos lo que ello le costó a Chile y es de esperar que esta vez no vuelva a imperar el espíritu revolucionario de raigambre golpista. Pero para que ello sea posible, los que como el senador Escalona dicen combatirlo deben empezar por contar la verdadera historia del socialismo chileno. Lo que hoy está pasando no es ninguna casualidad y sus devaneos revolucionarios no cesarán hasta que resuelva su conflicto vital entre, parafraseando a Goethe, esas dos almas que habitan en su pecho.

Fuente: Pulso (Chile)

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