El presidente Fernando Lugo volvió a mostrar un aspecto oscuro de su personalidad: la cobardía para enfrentar personalmente decisiones difíciles. Acaba de destituir intempestivamente al director paraguayo de Itaipú Binacional, Carlos Mateo Balmelli, estando este fuera del país y sin comunicarse con él personalmente sino haciéndole saber vía telefónica “a posteriori”, como hecho consumado, por intermedio de un tercero.

El sustituto de Mateo –un ex empleado del Partido Trabalhista brasileño– se hizo cargo de sus funciones sin aguardar que retorne el director al cual reemplazaba y por consiguiente, en su ausencia, entró al local del organismo como si fuera el ocupante militar de una plaza y pidió la renuncia a todos los directores.

La pusilanimidad y mala educación de Lugo ya no sorprenden pues antes se había comportado con la misma grosería con otras personas, incluyendo algunas a quienes debía favores personales. Recuérdese que no hace mucho destituyó y reemplazó como director de Yacyretá, sin aviso previo, a un colaborador suyo de la primera hora, Roberto Paredes, con quien llegó al extremo de hacerle comunicar su despido vía mensaje telefónico. En esa ocasión todo eran bromas y hasta se especuló que se trataba de una fabricación de escándalos a propósito para apagar los ecos de una demanda de paternidad en ciernes.

Pero después ya no hubo bromas que hacer. Tiempo más tarde al consejero de la misma entidad, Ramón Montanía, lo declaró cesante con idéntica falta de respeto y cortesía. A su anterior ministro de Educación, Horacio Galeano Perrone, le hizo comunicar su destitución por teléfono mientras asistía a un acto de su cartera, en Caacupé, sobre el importante programa “Una computadora por niño”. El ex ministro de Agricultura y Ganadería, Cándido Vera Bejarano, se enteró de que Lugo prescindía de sus servicios estando en un hospital asistiendo a su padre internado. Y al entonces ministro de Industria y Comercio, Martín Heisecke, estando de viaje oficial en Alemania, sus propios anfitriones le informaron que había sido defenestrado, sin que él se enterara previamente. La vergüenza pasada entonces no fue solamente para Heisecke, sino para todo el país.

Este es el verdadero Fernando Lugo, no el que posa para la fabricación de imagen electoral. Esta es la persona que, por carecer del coraje necesario para enfrentar decisiones difíciles, se esconde y utiliza subterfugios indignos como esperar que la persona marcada viaje o tenga un compromiso importante para desprenderse de ella.

Es posible que los asesores de Lugo, que han de ser de mentalidad tan retorcida y de temperamento tan chato como él, le aconsejen que esa es la manera más cautelosa de echar a alguien, de modo que no tenga tiempo de reaccionar. Pero, ¿qué reacción podría tener un funcionario cuyo nombramiento y permanencia en el cargo dependen de la voluntad del titular del Ejecutivo? ¿Qué esperaban Lugo, López Perito, Codas y quienes más estuvieron en el enjuague de una posible reacción de Mateo Balmelli? ¿Acaso que se parapetara con armas a resistir la medida?

Es difícil saber cómo razonan mentalidades que demuestran ser tan torcidas. No es fácil determinar por qué Fernando Lugo humilla tan indignamente a quienes fueron sus leales compañeros de proyectos y colaboradores fieles. Es complicado determinar si Lugo decide por sí mismo estas medidas o si cumple las recomendaciones de los que le asesoran. Lo único que se advierte es su completa falta de carácter, una hombría muy disminuida y la ausencia en él del más elemental sentido de la cortesía y buena educación.

Pero estos episodios deberían ilustrar a los que quedan ahora en lista de espera. En particular a los liberales, pues con ellos proseguirá el pausado pero constante proceso de “carpida” del terreno para que, al final del “sendero luminoso”, la cúpula gubernamental sea copada por izquierdistas fascistas y marxistas radicales de la confianza de Lugo y su entorno. Que no vengan después los ministros y funcionarios liberales a “llorar sobre la leche derramada”, como recientemente ya les anunció entrelíneas el mismísimo Lugo.

Porque así como ahora Blas Llano (y detrás suyo algunos que se adherirán a sus expresiones) se lava las manos en el caso Mateo y se mimetiza detrás de declaraciones ridículas, que ninguna relación guardan con lo sucedido, como que “al Presidente de la República hay que respetar, acompañar y darle toda la confianza”, cuando le toque el turno a su hombre en el gabinete, o a sus recomendados, seguramente va a gritar pidiendo apoyos partidarios, legislativos, de la opinión pública y de la prensa. Salvo que termine de venderse y se declare marxista.

Está en las atribuciones del Presidente de la República cambiar de colaboradores, pero de ninguna manera eso le autoriza a comportarse como un reverendo maleducado, ser mal intencionado, descortés, actuar con maneras ordinarias, indignas de un primer magistrado y de un ex obispo de nuestra Iglesia Católica.

Fuente: ABC Color Paraguay