La discusión de fondo es qué tipo de modelo de desarrollo demanda Colombia para avanzar como un país con altos niveles de bienestar e inclusión social.

Recientemente, el Ministro de Hacienda aseguró que el 80 por ciento de los sectores de la economía tienen un buen ritmo de crecimiento económico y que los problemas están en el restante 20 por ciento que comprende la industria y la agricultura. Semejante situación debe producir una enorme preocupación, porque de estos dos sectores dependen el empleo y el desarrollo económico y social del país.

No podemos ignorar que el país ha acumulado una importante riqueza y dinámica en el sector de minas y petróleo que ha impulsado una recuperación de los flujos de inversión extranjera que, entre otras, explican buena parte de la revaluación que ha experimentado nuestra moneda en los últimos años. Además, y por fortuna, el país avanza en su proceso de inserción en la economía global, que trae consigo nuevos desafíos. En ese contexto, la discusión de fondo es qué tipo de modelo de desarrollo demanda Colombia en las actuales circunstancias para avanzar como un país con altos de niveles de bienestar e inclusión social.

Tenemos que empezar por reconocer que aunque el sistema de flotación de la tasa de cambio le ha servido al país, es uno de los principales desafíos en materia económica. Su tratamiento pasa por el manejo de dos instrumentos. El primero es el de las acciones gubernamentales y del Banco de la República, orientadas a evitar el exceso de apreciación del peso. Para que sean eficaces esas políticas exigen un debate amplio y franco sobre el nivel de la tasa de cambio de equilibrio para coordinar las medidas (coberturas financieras, compra de reservas, encarecimiento de deuda externa, apoyos presupuestales al empleo) y evitar una caída drástica de los sectores intensivos en mano de obra. El segundo instrumento debe ser una política activa de reducción de costos para el aparato productivo, que se traduzca en mayores niveles de productividad a través de inversiones en infraestructura, abaratamiento de materias primas, reducción de costos de tecnología, oferta adecuada de mano de obra calificada y desmonte de costos de transacción en la oferta de servicios oficiales.

Sobre esta base, el nuevo modelo de desarrollo agrícola e industrial debe partir de la conformación de clusters productivos, es decir, de especializar a las regiones en determinadas áreas de producción para asegurar el desarrollo de economías de escala a partir de ventajas competitivas que permiten integrar el paquete tecnológico, la mano de obra calificada y los productos financieros.

A su vez, la especialización de áreas de producción logra integrar modelos de asociación cooperativos y el de grandes productores con pequeños productores. Un modelo orientado de esta forma fortalecería el desarrollo regional y especializaría a la academia para formar la mano de obra especializada y el conocimiento que demanda el área de producción.

A manera de ejemplo, el país debería pensar en el desarrollo de una industria de bienes de capital a partir de la riqueza minero-petrolera. Colombia podría convertirse en plataforma productiva para Estados Unidos y Canadá y la estrategia debería ser la búsqueda de inversión de China y Brasil, entre otros, para establecer centros de transformación productiva en el país. El sector agrícola también podría revitalizarse a través de clusters de frutas, verduras y hortalizas.

Este nuevo modelo de desarrollo tiene un propósito claro: transformar a Colombia en un país con mentalidad productora, a partir de la generación de valor agregado, intensivo en mano de obra calificada y empleos formales, basado en el emprendimiento y el avance de las pequeñas y medianas empresas y con implicaciones para reducir las brechas en el desarrollo regional y avanzar en la reducción de la pobreza a través de oportunidades para tener una amplia y fuerte clase media.

Fuente: El Tiempo (Colombia)