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México: Perdamos el tiempo, hay de sobra – por Aníbal Basurto Corcuera

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La percepción de que México ya alcanzó el estándar de una democracia moderna, civilizada e institucional, en un santiamén López y sus feligreses la disolvieron y nos regresaron no al país “donde nunca pasa nada”, sino al país “donde nunca hacemos nada bien.

Después de las elecciones del domingo han sucedido varias cosas importantes, que son:

1) La candidata del PAN, tan pronto como a las ocho y media de la noche, reconoció que las tendencias no le favorecían y pronunció, en la sede de ese partido y acompañada de sus colaboradores, un emotivo discurso al que, para mi gusto, le sobraron unos 14 minutos de los 19 que empleó. Pensé: México es ya una democracia consolidada, en la que las elecciones presidenciales no son un apocalipsis, en la que los candidatos y los partidos compiten ferozmente pero reconocen con elegancia, y viendo hacia delante, derrotas y victorias. En fin, un país en el que las instituciones prevalecen por encima de las aficiones y fobias personales, para que las personas, precisamente, sean libres de tener las fobias y las aficiones que les plazcan sin perjudicar los derechos y la libertad de los demás.

2)Más tarde, el presidente consejero del IFE, que tiene la gracia escénica de una hemorroide (como escribió algún sardónico en Twitter), dio a conocer los resultados del conteo rápido efectuado por ese Instituto. Ganó Enrique Peña Nieto, seguido a considerable distancia por Andrés Manuel López Obrador y la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, quedó en un tercer sitio, también a una distancia significativa del segundo lugar (y, sí, el señor que puso su presunto “liberalismo” al servicio de un partido y un sindicato radicalmente antiliberal y nocivo para México, obtuvo poco más del dos por ciento de los votos).

3) Inmediatamente después escuchamos un inteligente, cuidado y valiente discurso del Presidente Felipe Calderón, en el que se mostró como lo que siempre ha sido: un demócrata cabal, un tipo con principios e íntegro y un excelente político. Sin mezquindades reconoció el triunfo –preliminar, advirtió- del candidato del PRI, le deseó un mandato venturoso (confiando en que no enfrentará los tremendos obstáculos que, entre otros grupos, el PRI le puso enfrente a Calderón desde que fue Presidente electo). He de confesarlo, el discurso de Calderón me emocionó como hace muchos, pero muchos años, no me conmovían las palabras de un político; no exagero al decir que miles de mexicanos experimentamos lo mismo: la convicción profunda de que hemos tenido un gran Presidente. Un Presidente que ha estado muy por encima de lo que, al parecer, nos merecemos en México (esta última es mi personal opinión y punto).

4) Al clímax sucede el anticlímax. A la magnanimidad, la villanía y la mezquindad. Prácticamente al mismo tiempo que hablaba el Presidente, lo hacía el candidato que quedó en el segundo sitio: López Obrador. Regresamos al México receloso, resentido, ambiguo, que desconfía de las instituciones (cuando no las manda al diablo), si bien esa noche del domingo, y sólo esa noche, en una versión descafeinada. López no se proclamó triunfador en ese momento, pero tampoco reconoció que otro lo fuese. López descalificó el proceso electoral, pero concedió que esperaría al miércoles para “definir una postura” respecto de los resultados electorales. Adiós al México moderno en el que reinan la libertad y el respeto irrestricto a las instituciones y a la ley. Pero los contemporizadores de siempre, los que insisten en que hay que tratar con pinzas al señor López porque si lo irritamos caerán sobre nuestras cabezas los males del encono social, la protesta intransigente, la revolución quizá, nos regañan e insisten: “está en su derecho”; sí, está en su derecho, como el cliente de un banco está en su derecho de ir siete veces en un día a la sucursal del banco en la que tiene su dinero a pedir su saldo y a exigir aclaraciones, deslizar suspicacias, hacer gestos de disgusto y quitarle el tiempo a medio mundo, exigiendo que le vuelvan a sumar y restar (siete veces o las que él demande) y después de eso, retirarse insatisfecho, murmurando: “dirán lo que sea, pero yo tengo otros números”.

5) Por supuesto, el desconfiado señor López y sus estridentes seguidores no han esperado “hasta el miércoles” y han incordiado el lunes y el martes y el miércoles, con sus quejas. Ya definieron, provisionalmente al menos, “su postura”: impugnarán, y ya revivieron la cantinela de “voto por voto” de hace seis años. El señor López ya motejó de promotores de la corrupción a los más de 18 millones de ciudadanos que votaron por Enrique Peña Nieto, ya definió –sin darle derecho a réplica a nadie- que esta elección se la patrocinaron “en exclusiva” (whatever that means) las televisoras al candidato del PRI, ya denigró moralmente a millones de mexicanos diciendo que vendieron su voto por unos vales de despensa, por unos pesos o por un bulto de cemento, ya dictaminó que México camina al borde del abismo del temible “estallido social” y ya acaparó, como suelen hacerlo todos los obstruccionistas del mundo, la atención: los reflectores de los medios de comunicación, los titulares de los diarios y las sesudas opiniones de lo que Jorge Castañeda bautizó como la “comentocracia”.

Y así estamos, la percepción de que México ya alcanzó el estándar de una democracia moderna, civilizada e institucional, en un santiamén el señor López y sus feligreses la disolvieron en la opinión pública y nos regresaron no al país “donde nunca pasa nada”, sino al país “donde nunca hacemos nada bien”. Gracias.

Desde luego, si uno osa lamentar esta situación y reprocharle su conducta a López y a la llamada “izquierda” mexicana (mote adjudicado gozosa y temerariamente por ellos mismos a sí mismos), si uno se atreve a quejarse de la desmesura e irresponsabilidad de sus juicios sumarios y del daño que hace al país, una gran parte de la “comentocracia” mexicana de inmediato te suelta el regaño fulminante: “Está en su derecho, hasta el momento no se ha salido de los cauces legales o institucionales, más vale que cuenten todo otra vez para que se disipe cualquier sospecha”, y así por el estilo.

Digo como dice Gil Gamés –recordando al gran escritor cubano Eliseo Diego-, “a mí ese perro ya me mordió hace seis años”. Y ya sé cómo terminará la película: es la historia sin fin. Decía mi abuelo: “Más puede un burro negando, que San Agustín probando”.

Aun cuando las cosas no lleguen a mayores y la sangre no bañe las aguas del río –confiemos-, todo este sainete es una pérdida terrible de tiempo en un mundo y en un país que no tiene tiempo que perder.

Todo este berrinche y las carantoñas para que los berrinchudos no se sulfuren más, nos cuestan millones de pesos en dinero, en trabajo no hecho, en tranquilidad, en reformas no hechas y en acuerdos pospuestos entre la llamada clase política.

Pero además, es un sainete y un berrinche que –otra vez- castiga a los mexicanos que mostraron una conducta ejemplar, moderna, democrática, inteligente y patriota en estas elecciones, desde el Presidente de la República Felipe Calderón, hasta el más modesto funcionario de casilla electoral (ciudadano que dio varias horas de su tiempo para que las elecciones fuesen confiables para todos), pasando por todos nosotros, millones de mexicanos, que necesitamos y queremos progresar, que debemos estar trabajando, que debemos estar estudiando (aunque sea estadística básica, ortografía o lógica elemental para no dar estos espectáculos de necios ignorantes), para dejar de ser, de una vez por todas, ese país oscuro, triste, sin futuro, en el que siempre “todo está mal y todo lo hacemos mal”.

Gracias por empeñarse en cancelar el futuro. Me entristece que un tercio de los electores mexicanos hayan votado por ese caudillo empeñado en hacer miserable a México.

Fuente: Asuntos Capitales (México)

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