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Colombia

Colombia: Con 42% menos de aprobación ¿podrá Petro recuperarse? – El Nuevo Siglo

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La drástica caída en la aprobación del gobierno del alcalde de Bogotá Gustavo Petro en las encuestas, pone de presente, en primer lugar, un estado de ánimo en la ciudad. Y eso es lo que se debe tener esencialmente en cuenta si se quiere modificar esa tendencia abismal.

Son pocas las veces que en lapsos tan cortos un dirigente pasa de una aprobación de 72 por ciento a una de 30 por ciento, perdiendo 42 puntos en cuatro meses. Diez puntos por mes. Suele ocurrir solamente cuando el manejo de un hecho determina la popularidad o la impopularidad, como le ocurrió recientemente al presidente chileno Sebastián Piñera.

En Colombia, de alguna manera, le sucedió algo similar al entonces presidente Belisario Betancur con dos acontecimientos que estremecieron las entrañas nacionales en sólo ocho días: el asalto al Palacio de Justicia y la tragedia de Armero. Ello, precisamente, determinó un estado de ánimo sombrío, después de que Betancur había sido visto por los colombianos durante tres años de su mandato como una persona jovial, optimista y muy cercana al ciudadano promedio. Betancur pudo, mal que bien, recomponer en algo su popularidad, puesto que siempre, aun de ex presidente, es apreciado como un hombre benévolo y asertivo. En todo caso, uno fue el Betancur de antes del Palacio de Justicia y la tragedia de Armero, y otro el posterior, hasta el punto propiamente dicho de que al salir de la Presidencia tomó asco a la política y prefirió atrincherarse en los cuarteles de la cultura y la Academia, donde también terminó destacándose.

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Al alcalde Gustavo Petro, que gobierna una ciudad de siete y medio millones de habitantes, más el millón diario que entra y sale, y que con sus determinaciones también puede afectar a al menos otro millón de personas que habitan la denominada Ciudad-Región, incluido Soacha y otros municipios aledaños, no le ha ocurrido nada parecido a lo de Piñera o Betancur.

Aun así, en cuatro meses que lleva de su mandato, por la descolgada en las encuestas pareciera que en Bogotá se habría producido una hecatombe o algo similar. Nada de eso, por fortuna, ha sucedido, ni Palacios de Justicia ni tragedias de Armero, ni nada que hiciera suponer un viraje de semejante magnitud en la percepción que se tenía de él al momento de su posesión, cuando entraba con una aprobación de 72 por ciento.

Si bien, de acuerdo con el último sondeo de Gallup, casi todos los Alcaldes tienden a la baja en las diferentes ciudades, el caso de Petro llama la atención por el tamaño del asunto. Muchos, en sus respectivas regiones, han señalado el fenómeno como “la caída del arranque”. De todas maneras llegar a sólo 30 por ciento de aprobación, perdiendo 40 puntos, como sucede con el Alcalde de Bogotá, genera incógnitas y tensiones.

La favorabilidad y aprobación, a fin de cuentas, son elementos propios del dirigente. El tema sustancial, no obstante, es si la gente considera que las cosas van por el camino correcto o incorrecto. En el caso de Petro, 60 por ciento de los bogotanos considera que las cosas no han mejorado y van por igual o peor camino.

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Indudablemente, Bogotá sigue impactada por el estremecimiento que sufrió hace un año, y sigue sufriendo, con el denominado “carrusel de la contratación”. Esto, que llevó al alcalde Samuel Moreno a la destitución y la cárcel, lo mismo que a su hermano Iván, al ex contralor Distrital y a ex parlamentarios bogotanos, ha generado un manto de desconfianza determinante en todo lo que tenga que ver con la ciudad. Si a ello se suma que también el ex personero Francisco Rojas Birry ha sido recientemente destituido e inhabilitado por el aventurerismo en el caso de DMG, en medio de la apertura de investigaciones penales, así como está pendiente la suerte de varios Concejales que ya han rendido declaración por el mismo “carrusel de la contratación”, el ambiente distrital continúa desenvolviéndose en el filo de la navaja. Inclúyase, además, que el nuevo fiscal General de la Nación Eduardo Montealegre se ha mostrado insatisfecho con los acuerdos a que ha llegado la Fiscalía con algunos contratistas, lo cual supone una modificación en todo el entramado de las prácticas judiciales.

Todo esto, a su vez, viene adobado con elementos escandalosos como el concejal de Bogotá que asesinó a su esposa y otros casos de maltrato familiar o de uso irregular de vehículos que, si bien ocurrieron hace unos meses, todavía copan el imaginario distrital.

Esto quiere decir, a trancas y barrancas, que Bogotá permanece atada a la más grande crisis de su historia. Si bien en su momento, durante la administración de Juan Martín Caicedo Ferrer, el alcalde sufrió parecida suerte, lo mismo que la gran mayoría del Concejo fue a parar a la cárcel por los llamados auxilios parlamentarios, la verdad del asunto es que entonces pudo demostrarse que la autorización para erogarlos había sido previa a la vigencia de la Constitución de 1991, por lo cual todo el pleito se cayó. Es decir, se demostró que tanto el Alcalde como los concejales habían actuado bajo el principio de legalidad y que la prohibición de los auxilios parlamentarios (o de concejales) era hacia el futuro. De esta manera, todo terminó en escándalo, pero no en las consecuencias que ha tenido, en cambio, el caso de los hermanos Moreno.

Pervive, pues, un ambiente de crisis nocivo para la marcha de la Administración. Conocido es que el alcalde Gustavo Petro, desde el día de su triunfo, ha lanzado un sinnúmero de propuestas que han atiborrado su agenda, sin que la ciudad pueda dilucidarlas claramente.

En la Administración Pública, anuncios excesivos suelen desorientar a la gente, que demora un tiempo en decantarlos. Cuando la opinión pública es bombardeada continuamente con nuevas propuestas, sin dejar que las hechas se concreten y consoliden, se produce un estado de confusión. Eso, en parte, puede ser motivo de lo que le está sucediendo a Petro y la respuesta de porqué ha perdido mas de 40 puntos de aprobación en las encuestas.

Hoy todavía el burgomaestre es una incógnita para la ciudad. De un lado, por ejemplo, se sitúa como un emblema del prohibicionismo, fruto del talante autoritario que algunos ven en él y que en general suelen encarnar los sectores derechistas del espectro político. Así, anuncia que quiere prohibir las corridas de toros, prohibir el porte de armas, prohibir el consumo de alcohol y en general recurrir al prohibicionismo para superar los problemas antes que asumir posturas pedagógicas o concertadas. Pero de otro lado, instaura elementos que podrían deberse a un talante liberal, incluso de izquierda, como la concentración del Plan de Desarrollo en el Cambio Climático, la formulación de nuevas políticas para la comunidad LGTB, o el énfasis en la exclusión y los desfavorecidos. De este modo, Petro se pasea por todo el espectro sin que aún se sepa o se haya decantado, en realidad, lo que quiere decir Progresismo, que dijo sería su bandera.

En este sentido, curioso, por ejemplo, que se anuncie la posibilidad de ampliar el horario nocturno para los establecimientos de diversión, pero a la vez se diga que se restringirá el consumo de bebidas alcohólicas en ciertas partes de la ciudad. Si lo primero, evidentemente habría que hacer una Policía y planes pedagógicos adecuados a los efectos; si lo segundo, es decir el prohibicionismo, sería recurrir a vedas para no tener que asumir las responsabilidades administrativas correspondientes, cerrando los establecimientos de antemano. Ese tipo de contradicciones no sólo sucede en este caso en particular, sino en muchas de las propuestas de movilidad o manejo de las empresas distritales.

De otra parte, Petro ha mostrado resultados en algunos casos, en tan corto lapso, pero no han calado en la opinión. La baja en el pago de las tarifas de agua, para ciertos estratos, ya se ha producido. Aun así, con todo el costo que ello encarna y el indudable favorecimiento para ciertos estratos, la Administración no ha hecho gala del asunto, y tampoco ha explicado de donde ha salido el presupuesto. Igualmente, las últimas cifras de homicidios, y en general de seguridad, han mostrado resultados positivos tangibles. Este hecho, sin embargo, perdió fuerza desde el punto de vista de la comunicación, por cuanto se fue anunciando a pedazos por el Twitter del Alcalde, y cuando se hizo la rueda de prensa respectiva ya había perdido su motivación.

En otros casos, la mayoría, la Administración apenas se ha ido en anuncios, muchos de ellos que se han convertido en debates inacabables. Petro y sus colaboradores han explicado esto como una nueva forma de debate público sobre la marcha y el futuro de la ciudad. No obstante, es un hecho que el debate y a veces la excesiva verbosidad, antes que auspiciarlo, lo que han determinado es desorientación y una sensación de inaplicabilidad. Ello, sin embargo, no podría tomarse como el elemento para soportar la caída de más de 40 puntos en las encuestas. Tiene que haber algo más de fondo que esté influyendo para índices de semejante magnitud.

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A cuatro meses de posesionado, la ciudadanía no sólo no ha podido dilucidar el estilo de Petro, sino que se ha visto impactada por otras circunstancias. Si en principio pareció tomar una agenda que le permitiera escalar en lo nacional, como la prohibición del porte de armas, paulatinamente se ha concentrado en las situaciones distritales. Un Alcalde de Bogotá, cualquiera que sea, suele ser responsable de todo, hasta del hueco del frente de la casa, lo mismo que del trancón del día. Si a ello se suma, por ejemplo, que las obras del aeropuerto El Dorado están sin terminar y cada día es peor la congestión en el terminal aéreo, el caos se acrecienta. Así ello se deba a un tema nacional, hace parte de las circunstancias bogotanas. De manera que desde que se sale de la casa, bien en TransMilenio o en automóvil, el Alcalde siempre está en la mente.

En muchos casos, podrán ser pequeñas cosas las que mejoren la cotidianidad. No es precisamente en ello en lo que está concentrado Petro, pues tiende a los debates sobre los grandes proyectos. En algún momento, hace unos años se pensó, como en otras ciudades del mundo, que Bogotá debía tener un Vicealcalde, precisamente para que el Alcalde pudiera dedicarse a las grandes proyectos y programas, mientras el Vicealcalde podría atender el día a día y la cotidianidad.

Esto ya no fue así, de manera que el Alcalde debe andar y repicar en la procesión. Para ello, desde luego, requiere un Gabinete que marche a su ritmo y tenga perfecta congruencia con él. Por lo pronto, en estos cuatro meses resulta sorprendente la cantidad de modificaciones que ha sufrido el Gabinete. La selección del equipo, en la Administración Pública, es el primer y gran paso de importancia para cualquier dirigente nacional o local.

En principio, fue claro que con sólo 32 por ciento de la votación en las elecciones que ganó, Petro debía entrar a conquistar nuevas franjas para solidificar su mandato. En realidad, como muchos dijeron, su triunfo se debió, en buena parte, a la división del llamado “Establecimiento” entre diversos candidatos. Ello hizo que Petro se introdujera por la mitad e hiciera gala de una habilidad política sin precedentes al ser, a la vez, el detonante que tumbó a la Administración Moreno, poniéndose en disidencia, y quien luego recibió el capital político para reemplazarlo. Hasta ahí la maniobra. Pero una vez ganó, con la bandera de la anticorrupción en su mano, era claro que debía conquistar mayores respaldos entre los derrotados, como bien lo hizo el presidente Juan Manuel Santos con su tesis de la Unidad Nacional.

La diferencia de Petro con Santos es que este, no obstante, tuvo respaldos suficientes desde el principio para haber hecho un mandato con sus militantes iniciales. Petro, en cambio, era lógico que debía recurrir a los demás y generar un ambiente de distensión previo a su posesión. Así lo hizo al inicio cuando se entrevistó y pareció abrir espacio a los candidatos derrotados. Eso le permitió que al momento de su posesión, como lo dijo la encuesta de Gallup de diciembre, contara con 72 por ciento de aprobación, aun si estos acercamientos habían sido fríos y distantes.

La consecuencia lógica de ello era que el otro actor político de importancia en el Distrito Capital, es decir el Concejo, también tuviera el mismo tratamiento, como lo había hecho el presidente Santos con el Parlamento. Si la onda de la Unidad Nacional prevalecía en el país, la misma situación podía repetirse en el Distrito entre bancadas contrarias.

Para ello Petro seleccionó al ex candidato presidencial Antonio Navarro Wolf, de su misma cauda. Es decir que a pesar de que se cerró sobre sí mismo, se pensó que podría lograr un ambiente de gobernabilidad favorable en el Concejo. Al comienzo, según declaraciones del mismo Navarro, todo pareció apuntar en esa dirección. Pero ya nombrado el Gabinete, el Concejo fue tratado como un actor secundario de la política en la Administración capitalina. Ello derivó en que el Concejo se declarara en oposición, lo que determinó una derrota para la Administración Petro a la salida del primer toro de la corrida.

Viniendo de una crisis de semejante magnitud, como la dejada por la Administración Moreno, para toda la ciudad era entendible que se sumara la mayor cantidad de fuerza posible con los candidatos derrotados y el mismo Concejo, a fin de compartir luces para sacar a la metrópoli del hueco. No fue así y Navarro paulatinamente, acusando la derrota, se fue replegando hasta que se retiró del Gabinete. Semejante baja, a tres meses de la posesión, obviamente ayudó en el desconcierto que hay en la ciudadanía, reflejado en las encuestas.

Si a ello se suman las demás renuncias, obligadas o voluntarias, en organismos vitales como TransMilenio o el Fondo de Seguridad, entre otros, así como los nombramientos entre cónyuges o familiares, la desorientación tiende a afianzarse.

Inclusive, pese a que no puede decirse que las relaciones entre el Gobierno Nacional y el Distrital sean malas, el presidente Santos o sus Ministros no pierden la oportunidad para tomar distancia o contradecir las declaraciones que hace Petro en materias conjuntas. Lo que no deja de ser curioso, pues Petro se había destacado por ser un buen comunicador. Pero de las reuniones que se hacen entre ambos estamentos, unos y otros parecen entender cosas diferentes.

Algunos ex candidatos, como Concejales, han querido enfatizar la oposición para plantearse de alternativa. Tampoco es clara esta situación, por cuanto tampoco lo es lo que quieren oponer, salvo por el demérito de Petro. En tal sentido, lo que se está presentando es una especie de fuego cruzado sin que aún se sepa cuál es la salida.

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Aun así los 40 puntos de caída de Petro en las encuestas no resultan explicables con todo lo que se ha dicho hasta aquí. Estar incluso levemente por debajo de los índices de los que votaron por él, es un factor preocupante. Es posible entender que Petro se ha quedado solo con sus votantes. Y eso puede determinarle una forma de gobernar. Por eso cada día parece cerrarse más sobre sí mismo, lo que de alguna manera puede resultar peligroso.

Frente al Concejo, Petro, asimismo, viene aceptando el distanciamiento. Seguramente espera el resultado de las investigaciones sobre varios Concejales, entre los que puede creer que algunos serán judicializados y otros declarados inocentes. Pero jugarse la ciudad a ese albur judicial no es necesariamente aconsejable, pues lo que se requiere es diligencia y prontitud. Suele confundirse al Concejo con una entidad legislativa, pero la verdad es que es una corporación de carácter administrativo que, incluso, es la primera Autoridad del Distrito Capital. De suerte que entonces es natural el trabajo conjunto, pero, por el contrario, lo que se vislumbra es una pugna cada vez más acre.

Como en las épocas de las Administraciones de Mockus, Petro cree que puede afianzarse sin necesidad del Concejo. Mockus pudo hacerlo, sin duda, pues tenía todos los medios de comunicación a su favor y unos mecanismos pedagógicos que le permitían generar política propia. Curiosamente, Petro, al contrario de Mockus, que solía explicar sus políticas no sólo con símbolos sino con largas charlas, conversatorios y conferencias, ha reducido buena parte de sus explicaciones al Twitter. Es probable que las redes sociales sirvan de interlocución ciudadana, pero Petro no puede descartar explicaciones de mayor alcance, como lo hizo con los empresarios y le fue bien. Precisamente uno de los problemas de comunicación está en no usar los escenarios para hacerlo. Mucho más en un dirigente centro-izquierdista que debe tener la tara de Fidel Castro, es decir hablar mucho y copar todos los espacios, en lo que aquel fue ducho durante décadas.

Pero un dirigente, faltándole casi cuatro años de mandato, que tiene sólo 30 por ciento de aprobación, debe preocuparse mucho más que eso. Bogotá no ha sido terreno fértil para las revocatorias del mandato, como se intentó hacer en su momento con Enrique Peñalosa y también fracasó con Samuel Moreno. El escenario que se observa, no obstante, puede ser caldo de cultivo para intentonas de este estilo.

Si bien hay factores que pudieran explicar, como ya se ha hecho en este informe, la dramática descolgada de Petro en las encuestas, existe uno que es más grave que todos. Y es la falta de confianza ciudadana en su Alcalde. Eso es lo que realmente debe inquietar, pues la natural medida del aceite que tienen los alcaldes en sus primeros meses no le ha salido bien a Petro. Y a estas alturas ya no sólo se lo están midiendo, sino que comienza a pasar aceite.

Seguramente pensará él que es parte de una campaña orquestada por los medios de comunicación para desprestigiarlo y arrinconarlo. Pero la gran mayoría de diarios capitalinos, en sus editoriales, así como opinadores de influencia, todavía le dan margen de acción suficiente. En general, nadie quiere que a la ciudad le vaya mal, pero las cifras de las encuestas, desde luego, deben producir los estremecimientos necesarios para recomponer el camino.

Ante todo, como se dijo, Petro debe cortar con la sensación de que todavía en Bogotá hay crisis. Es decir, que ella no se rompió con el cambio de Administración. Porque si bien ya, por lo pronto, no hay crisis ninguna de corrupción, sí la comienza a haber de Administración. Y es en ello en lo que de ninguna manera, ni por sensación, puede caer Petro. Recuperar confianza, pues, es el reto. No escuchar las alarmas sería acercarse al desbarrancadero.

* Nota: Algunos párrafos de le presente columna de opinión han sido suprimidos por cuestiones de espacio. La versión completa puede leerse en El Nuevo Siglo.

Fuente: El Nuevo Siglo (Colombia)

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