Los primeros 100 días han sido de polémica y no de ordenar la casa y planear el futuro de Bogotá.

Hay mucha preocupación. Los primeros cien días de Gustavo Petro como alcalde de Bogotá, lejos de devolver la esperanza, están aumentando la angustia y crispación de los ciudadanos. Mientras que los problemas se agravan, los bogotanos no ven que Petro tenga un proyecto de ciudad o, al menos, algunas ideas definidas, que puedan sacarla del hueco negro al que la han llevado las alcaldías de Lucho Garzón y Samuel Moreno.

En primer lugar, porque los primeros 100 días han sido de polémica y no de ordenar la casa y planear el futuro de Bogotá. La locuacidad y pugnacidad que han caracterizado las intervenciones públicas de Petro muestran a un alcalde más interesado en tener visibilidad política que en estructurar su equipo de gobierno y los proyectos para la ciudad. El problema está en que cada declaración del Alcalde, antes que propiciar un debate sano, abre un escenario de confrontación que le trae enemigos que pueden bloquear su plan. Un buen ejemplo lo constituye su enfrentamiento con el Concejo Distrital y el Gobierno Nacional. Como se sabe, los 8 billones de pesos que le faltan para financiar su Plan de Desarrollo dependen de que el Concejo le apruebe el uso del cupo de endeudamiento y el proyecto de la “modernización tributaria”, que le reportarán cerca de 7 billones de pesos, en tanto que el billón y pico restante provendría del aumento de la contribución del Gobierno Nacional a los programas de expansión en educación (básica primaria) o del aumento de los subsidios para el pago del régimen subsidiado.

En segundo lugar, no se percibe un modelo claro de gobierno porque tampoco con sus acciones en estos 100 días Petro ha logrado perfilar su proyecto político. Ni siquiera ha logrado darle forma a una propuesta que al menos cumpla con los tres objetivos que ahora se promueven como los básicos para un movimiento de izquierda: la igualdad entre los ciudadanos, el bienestar material de la sociedad y la consolidación de la democracia.

En donde podría avanzar más, en materia de igualdad, el Alcalde (como toda la izquierda) sigue sin resolver el dilema entre el universalismo, que busca que las políticas lleguen a todos (en educación y salud), y la redistribución del ingreso, que se adivina detrás de esa frase de que estaremos mejor cuando los ricos ganen menos y los pobres ganen más. El gobierno va a tener que hacer un esfuerzo descomunal para garantizar que los más de 8 billones de pesos que está destinando para evitar la discriminación no terminen en programas asistenciales, de los que dependen eternamente los más pobres.

En lo demás, por andar metido en su pelea con los que más ganan, como la que tiene con los transportadores, Petro no ha dejado ver cómo es que en su gobierno se va a promover el crecimiento económico de la ciudad, ese que asegura el mejoramiento del bienestar material de los bogotanos. Ahí no hay propuesta. Y en lo relacionado con la consolidación de la democracia, salvo la propuesta de los cabildos, el vacío es total.

En estos 100 días, Bogotá ha tenido un alcalde que habla más que los hechos de gobierno que puede producir. Si quiere asegurar la viabilidad de su Plan de Desarrollo, no solo va a tener que hacer un esfuerzo que vaya más allá de redefinir los mecanismos de relación con el Concejo de la ciudad y el Gobierno Nacional, buscando complementariedad antes que confrontación.

Y si quiere trascender políticamente, deberá estructurar un proyecto que de verdad sea consistente con la propuesta de izquierda que dice estar promoviendo. Y esa no se logra invitando al gobierno a progresistas como Juan Gabriel Uribe o con anuncios de estatización de las empresas públicas, ni con cabildos abiertos, ni declarando el combate contra los pequeños y medianos empresarios como si se tratara de la más feroz lucha contra el gran capital.

Fuente: El Tiempo (Colombia)