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Mexico

Mexico: El sendero salvífico del Peje – por Fernando Amerlinck

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“El movimiento de regeneración nacional de López Obrador germina en todas las raíces del fascismo, incluso la del voto. El populismo salvífico colectivista de toda geometría puede llegar al poder por votaciones, leyes e instituciones (miremos a Alemania, Nicaragua, Perú, Venezuela y toda América Latina) para luego, a nombre del pueblo, mandarlas al diablo.”

Estuve en una reunión privada con López Obrador. De lo de siempre dijo mucho. De nuevo, nada.

Dijo que habremos de elegir. ¿Pero entre qué y qué? Lo archiconocido: más de lo mismo, o cambio verdadero. Los medios de comunicación. El PRIAN. La derecha. Las privatizaciones. El petróleo. El “modelo”. La pesadilla. Y no habría 60,000 muertos si no me hubieran robado la presidencia (hace un mes, en el mismo recinto, un seguidor suyo de muy alto nivel habló de 47,000). Uf.

No dijo que ya elegimos en 2006. Menos dijo que nadie ha probado su acusación estilo Goebbels —una mentira muy repetida se convierte en verdad— de que le hicieron fraude. Pero en 2006 “el PAN me sorprendió. Nunca pensé que llegaran a tanto”, y no se previno. Ahora sí. En 5 años ha formado una red nacional de seguidores. En el escenario de tercios del que habla Camacho, su techo de 25% podría ser decisivo ante la indiferencia, abstención o división de sus oponentes. No es imposible.

Además de haber mejorado su estructura, ha agregado a su discurso generalidades y conceptos plausibles como “nos necesitamos todos”. Y la democracia es buena. Y no es mi fuerte la venganza. No odio ni violencia. Tópicos así, con que nadie está en desacuerdo, han persuadido a académicos, ingenieros, empresarios. Estaban presentes algunos neopartidarios suyos.

¿Habrá cambiado? me preguntaba. Me respondí: no. No. NO. Y se lo pregunté. “Usted en 2006 propició una enorme división entre los mexicanos, y no me gusta que mi patria esté dividida. ¿Hará lo mismo en este 2012”? Pero los políticos tienen una facilidad asombrosa para evadir preguntas directas mediante rollos laterales.

En mi mente bullía una advertencia que me hizo Ikram Antaki: No creas nunca en el patriotismo de quien genere división en tu país. Y recordé también su artículo de febrero de 2000 (“El bárbaro y los cobardes”): “Andrés Manuel López Obrador no tendrá límites: no será el valiente educador que se opondrá al pueblo si el pueblo yerra; para él, el pueblo tiene la razón simplemente porque es pueblo… Sin el derecho, no hay vida soportable en sociedad; es lo que evita a los hombres recaer en el estado de guerra que caracteriza al estado de naturaleza. El que empieza su reino violando la ley que regía este reino, no será un gobernante legal; será un golpista”.

Qué razón tuvo. Votos, leyes e instituciones declararon en 2006 ganador a Felipe Calderón. Él las mandó al diablo para luego buscar no una república de leyes sino una “legítima”, y luego amorosa, con generalidades sin freno ni compromiso.

Al salir, una contertulia nicaragüense, mexicana por decisión, estaba seriamente preocupada. Le expresó en privado, sin obtener respuesta, esto que luego me dijo: “Estoy viendo una situación idéntica a la de los sandinistas. El día que tomaron posesión, luego de discursos igualitos a lo que acabamos de oír, nos dimos cuenta de que mi país se había echado a perder. Nos habían engañado en toda la línea.”

¿Cambiar? Es casi imposible que una persona cambie, a menos que tenga capacidades y virtudes excepcionales. Conozco casos así —excepcionalísimos— pero en amigos que buscan, ante todo, la verdad.

No así los políticos. Quien busca el poder no se hace santo. No lo tumba de su caballo un rayo de luz en el camino a Damasco. El que busca tozudamente el poder era el mismo hace un año o 6 o 12 o 18. Jorge Volpi ha explorado una veta que lo demuestra (Reforma, “La senda bíblica de López Obrador”, Reforma 18.12.2011): “Los mandamientos de su agenda pública: su amor por esa entidad abstracta que reverencia como el pueblo, su apuesta por la justicia aun en contra de la legalidad, su talante de padre generoso o atrabiliario y su carácter de víctima propiciatoria en toda suerte de conspiraciones… Todo su relato político gira en torno a la reparación de la injusticia: una injusticia ancestral, sufrida por el pueblo mexicano en su conjunto, que él se ve obligado a expiar con su sacrificio. Por ello, en los momentos de mayor tribulación, sus palabras adquieren el tono enfebrecido del Antiguo Testamento… en su visión del mundo como una feroz lucha del bien contra el mal, López Obrador sólo puede verse a sí mismo como un justo —a veces, el único justo—, elegido para combatir a los malvados… En un país desgajado por la violencia y el odio, él se presentará ahora como la sola fuente de paz y reconciliación”.

Vuelvo a Ikram Antaki y su noción de ley: “La ley de la selva no es la ley; un grupo de depredadores que decide comerse al individuo débil no necesita de la ley, basta con la fuerza”. A nombre del abstracto “pueblo bueno” y “la gente”, el López Obrador-ayatola contra la mafia y los malvados —diga lo que diga la ley— sería un monarca, un profeta, un redentor.

Su movimiento de regeneración nacional germina en todas las raíces del fascismo, incluso la del voto. El populismo salvífico colectivista de toda geometría puede llegar al poder por votaciones, leyes e instituciones (miremos a Alemania, Nicaragua, Perú, Venezuela y toda América Latina) para luego, a nombre del pueblo, mandarlas al diablo.

Fuente: Asuntos Capitales (Mexico)

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