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Colombia

Colombia: ¿Quién les cree a las Farc? – por Saúl Hernández Bolívar

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Mientras las Farc no declaren que abandonan la lucha armada -y actúen en consecuencia-, es un error que el Gobierno, cediendo a las presiones, eche en saco roto lo conseguido en la última década. El único camino de las Farc es la dejación de las armas y la violencia.

Hace rato viene haciendo carrera el cuento de que están dadas las condiciones para dialogar con las Farc. Sus simpatizantes llevan años machacando esa monserga y estigmatizando a quienes dudamos de las intenciones farianas: “guerreristas”, “enemigos de la paz” o “mano negra de la ultraderecha”, es lo mínimo que se nos endilga.

Pero los motivos para dudar son incontrovertibles, no solo por asuntos históricos, puesto que vienen engañando al país desde los tiempos de Belisario, sino porque las cartas que ‘Timochenko’ venía escribiendo no dejaban un solo resquicio para pensar en negociaciones de paz; en ellas se insistía en los inamovibles de siempre, generando una desconfianza inevitable.

Entonces, no es que de un momento a otro las Farc hayan cambiado de actitud y ahora sí quieran negociar -como dicen algunos-, sino que se vieron obligadas a hacer ofrecimientos más concretos para tratar de convencer a un país que ya no les come cuento y poder así recuperar el terreno perdido mediante un remake del Caguán. Como gran cosa, nos ofrecen la liberación justa y necesaria de los 10 uniformados que han mantenido secuestrados por más de 12 años -y que nunca han debido secuestrar- y anuncian que van a abandonar el secuestro extorsivo, promesa que han incumplido en el pasado.

Se trata de una oferta muy cicatera -amén de lo incierta- como para aventurarse a un nuevo round de cháchara insulsa o incurrir en el despropósito de pactar una tregua bilateral con la subversión, insinuaciones ambas que por venir de parte interesada -de personas que se la pasan afirmando que este país necesita más ‘Marulandas’- deben verse con suma cautela.

Las Farc se financian con el narcotráfico y ya no dependen del secuestro extorsivo como antes, por lo que no es muy meritorio que lo dejen. Además, pretenden mantener la práctica del secuestro con fines políticos y no anuncian nada sobre aclarar lo ocurrido con cientos de secuestrados cuya suerte se desconoce. Por si fuera poco, de las palabras de las Farc se deduce que no hay que confiar en sus promesas: “Es hora de que se comience a aclarar quiénes y con qué propósitos secuestran hoy en Colombia”. Seguirán secuestrando y lo negarán, como niegan su responsabilidad en recientes atentados terroristas: “Semejantes barbaridades son creación de la inteligencia militar”.

Todos queremos parar la guerra, pero un nuevo engaño solo empeoraría las cosas. El problema es que hablar con las Farc conduce a un diálogo de sordos, porque no hay nada que negociar con ellas: su único interés es imponernos un modelo importado que ha fracasado en todo el mundo. Por otro lado, ellos no representan a nadie -menos al ‘pueblo’- y no tienen la menor legitimidad para exigir cambios en el modelo político, social y económico del país.

El sofisma de que derrotar a las Farc por la vía armada es imposible se derrumbó hace rato. Si sobreviven, es gracias a los vecinos, a la guerra jurídica que tiene maniatadas a las fuerzas del Estado y a la infiltración de ciertos sectores de la vida nacional. Pero aun si aceptáramos que “todo conflicto -como cacarean algunos- termina en una negociación”, esta no puede ser un sometimiento de la sociedad entera ante unos bandidos, sino al revés.

En consecuencia, el único camino de las Farc es la dejación de las armas y la violencia, y la reincorporación a la vida civil. A cambio, nos tendremos que tragar un sapo inmenso de impunidad, otorgándoles penas alternativas por sus innumerables crímenes. Más, imposible.

Por eso, mientras las Farc no declaren que abandonan la lucha armada -y actúen en consecuencia-, es un error que el Gobierno, cediendo a las presiones, eche en saco roto lo conseguido en la última década con la sangre, el sudor y las lágrimas de muchos colombianos y termine entregándoles el país a unos asesinos.

Fuente: El Tiempo (Colombia)

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