Hombre de letras y de teatro devenido presidente, fue él quien condujo a su país hacia la democracia, convertido en la figura más fuerte de la generación de disidentes que hizo caer el comunismo en Europa central.

Hasta el último momento Vaclav Havel siguió siendo, en su espíritu, un disidente. En los últimos días, enflaquecido y debilitado por la enfermedad, él encontró la fuerza para levantarse y reunirse con el Dalai Lama, de paso por Praga. Incluso firmó un escrito pidiendo a la oposición rusa unirse contra las manipulaciones del régimen de Vladimir Putin, después de las elecciones del 4 de diciembre.

Havel, que falleció el domingo a los 75 años, nunca dejó de combatir al totalitarismo, de izquierda o de derecha, y nunca escatimó su apoyo a todos los que se comprometieron contra la dictadura, el autoritarismo o el oscurantismo.

Hombre de letras y de teatro devenido presidente, fue él quien condujo a su país hacia la democracia a través de una revolución de terciopelo, convertido en la figura más fuerte de la generación de disidentes que hizo caer al comunismo en Europa central, en 1989.

Su desaparición, al cumplirse justo los veinte años de la desintegración de la Unión Soviética (URSS), al cabo de un año que conoció tantos levantamientos populares en otras partes del mundo, y en momentos en que Europa se debate en una crisis existencial, recuerda hasta qué punto la audacia y la visión de algunos individuos pueden, a veces, mover montañas. Y pone de relieve de manera cruel hasta qué punto la ausencia de estos aventureros de la democracia, visionarios humanistas, abiertos y esclarecidos, nos afecta a todos en la actualidad.

El control comunista de Checoslovaquia tras la intervención soviética de 1968 para aplastar la rebelión ciudadana conocida como la Primavera de Praga, indignaba a Havel. La revuelta, canalizada en sus obras de teatro, maduró hasta 1977, cuando Havel crea, con un puñado de otros disidentes, la iniciativa civil Carta 77.

Fue ese grupo de disidentes, sólidamente anclados en la idea democrática, lo que permitió a Europa del Este, una vez liberada, a operar una transición ordenada y pacífica hacia la economía de mercado y la democracia. Cuando los gobiernos comunistas y pro-soviéticos se hundieron, el relevo estaba listo y los objetivos establecidos dignamente.

Ante las decenas de miles de checoslovacos que llegaron a aclamarlo en el frío glaciar de diciembre de 1989, en la plaza Wenceslao de Praga, Havel clamó: “¡No somos como ellos!”. Su estrategia fue el poder a los sin poderes, la resistencia no violenta y el rechazo a la revancha. Tal vez, los protagonistas de la primavera árabesoñaron con líderes semejantes.

De espíritu libre, vivo y sutil, Havel fue también un gran europeo, sensible lo mismo al drama yugoslavo que a los dolores del crecimiento de la mancomunidad: fue parte de todos los combates, morales y políticos. Después de haber jugado un rol esencial en la reunificación de Europa dividida por la guerra fría, luchó porque la República Checa fuera integrada en la familia europea.

Sus sucesores apenas se lo reconocieron: los líderes checos actuales no brillan con ese ardor de su defensa de la idea europea. Mejor dicho, los herederos de la generación Havel se están haciendo esperar.

Sus valores, su visión y su apertura de espíritu son, sin embargo, más necesarios que nunca.

Fuente: Milenio (Mexico)