Luego de la audiencia que tuvo lugar ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para conocer de los reclamos por la negación gubernamental de la libertad de prensa y la persecución a periodistas demandando su prisión y el pago de fabulosas sumas de dinero, parece evidente que la pasión y el sectarismo no le permiten al gobernante apreciar que se va hundiendo más y más ante la opinión pública nacional e internacional. Hasta ayer era el acusador ante tribunales nacionales, hoy es el acusado ante tribunales internacionales.

Unos periodistas son acusados por un trabajo de investigación sobre los tristemente célebres contratos con el Estado del hermano del presidente. El presidente no niega la existencia de los contratos, tan es así que ha pedido su anulación, lo que le molesta es que se diga que él conocía de la existencia de esos contratos, lo que se refiere a su fuero íntimo, pero que significaría que sus colaboradores no le informan. Lo más odioso es que siga juicios penales en contra de los periodistas y no de su hermano y de los funcionarios que le otorgaron ilegalmente esos contratos.

Otro periodista y los directivos del Diario en el que escribe son acusados penalmente por la publicación de un artículo de opinión del periodista en el que se refiere a la posibilidad de que en el futuro se establezcan responsabilidades en contra del presidente actual por la intervención armada para asegurar la salida del mandatario del Hospital de la Policía el 30-S.

Toda la política ecuatoriana del último año gira alrededor de la insubordinación militar y policial y la presencia abrupta, imprudente, del presidente de la República en un cuartel de la Policía, del rechazo que allí recibió y su refugio en el hospital contiguo de la Policía Nacional. El tratar de demostrar que hubo un intento de golpe de Estado y de asesinato al jefe del Estado ha tenido unas consecuencias inverosímiles: se obtuvo que viajaran inútilmente a la Argentina numerosos jefes de Estado latinoamericanos; se acusó de conspiradores a personas que pasaban por la calle; la acusación contra el director del hospital policial era tan insostenible que el fiscal general tuvo que autoinmolarse, atrasándose a la audiencia; se reemplaza a la Policía por el Ejército; se piden nuevas reformas para crear grupos de seguridad civiles; la lista es interminable y concluye en esta etapa ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, donde la lista infinita de insultos contra la prensa muestra, inobjetablemente, la represiva ideología gubernamental. Al formular demandas multimillonarias, el presidente mancha su lucha, pues la convierte en un negocio.

Tal vez todo se habría evitado si el presidente hubiese recordado que el propio Mariscal Sucre recibió un disparo en el brazo al ingresar en Chuquisaca, a caballo, espada en mano, al cuartel de los militares confabulados, ellos sí, para derrocarlo; pero Sucre, herido, dijo: “Si no solicitan esto (mi muerte), dígales que todo quedará perdonado, que olvidaré los balazos…”. El héroe de la Independencia siempre perdonó sin condiciones, sin confesiones forjadas. Así lo hizo, también, en Ayacucho. ¡Era Grande entre Grandes!

Fuente: El Universo (Ecuador)