Cuando empezaron las movilizaciones populares contra los regímenes autoritarios del Medio Oriente que estallaron en Túnez y Egipto, que pusieron al borde de su caída a Khadafy en Libia y que podrían culminar en cualquier momento en otros regímenes despóticos de la región, se les puso el nombre común de Primavera árabe, porque apuntaban a un mismo objetivo: la defensa de la libertad. Pero el problema se presentó cuando nuevas conmociones populares sacudieron a regímenes ya no autoritarios sino democráticos como la España socialista que padeció la protesta de los indignados, la Inglaterra conservadora que sufrió los destrozos de Londres y el moderno Israel que asistió al desafío de sus propios “indignados”.
La oleada de protestas terminó por herir al propio Chile, al que teníamos como el modelo económico y político de América latina. El caso chileno parece doblemente grave por cuanto las manifestaciones de los estudiantes no sólo rebajaron la popularidad del gobierno de centroderecha de Sebastián Piñera hasta hacerlo descender a un índice de aprobación de sólo el 23 por ciento, sino que también dañaron la imagen de la oposición de centroizquierda, la Concertación Democrática, que había gobernado el país vecino por veinte años ante la admiración general porque, en este lapso, Chile se ubicó como el primer país latinoamericano a punto de cruzar la frontera entre el subdesarrollo y el desarrollo. Pero la Concertación Democrática suscita hoy un respaldo popular aún menor que el de Piñera, de solamente el 12 por ciento. ¿Estarán cerca entonces los chilenos de vocear ese rotundo “que se vayan todos” que proclamaron los argentinos hace diez años?
Mientras la conmoción en los países árabes se despliega a favor de la democracia, la conmoción en países como España, Inglaterra, Israel, Chile y hasta la India con sus marchas contra la corrupción, no se despliega “contra” la democracia pero sí dentro de ella, revelando así un grave malestar social. Cada una de las muestras de inquietud que venimos de mencionar ha tenido sus características particulares, pero aun así resulta necesario preguntarse si las conmociones en regímenes tan diferentes por su geografía, su historia y su cultura como los anotados, no remiten en definitiva a la existencia de un mal general que afecta por igual a las autocracias y a las democracias de nuestro tiempo.
¿Hay algún criterio que, más allá de las diferencias políticas, ideológicas o de clase que varían fuertemente de un país al otro, nos permitiría identificar el “mal general” que atraviesa nuestro tiempo? Este criterio englobante, ¿podría ser acaso el del paso de lasgeneraciones? El método de las generaciones fue acuñado por el pensador español José Ortega y Gasset cuando sostuvo que, aproximadamente cada quince años, adviene a la primera línea de la historia una nueva sensibilidad vital, una nueva manera de ver las cosas, de la mano de una generación que continúa a la generación anterior o choca con ella. Según Ortega lo que define el paso del tiempo es el tipo de relación entre la generación en el poder y la generación que se prepara para sustituirla, una relación que a veces es de continuidad y otras veces de ruptura. Lo que hoy determinaría en todas partes la relación entre la generación vigente y la generación destinada a reemplazarla, ¿sería precisamente la “ruptura” entre ellas? Hay un abismo entre los que hoy mandan en el mundo y los que los desafían desde el Facebook y las redes sociales. En el Medio Oriente, ese abismo está marcado por la distancia entre el viejo autoritarismo y la incipiente democracia. En las democracias modernas de Chile, Europa, la India e Israel, gira en torno del debate sobre el funcionamiento de la propia democracia. Estamos asistiendo a las más diversas conmociones, ¿pero todas ellas podrían agruparse bajo un solo signo, ya no bajo el signo delChoque de las civilizaciones que diagnosticó en su momento Samuel Huntington con el libro del mismo nombre sino bajo el signo del choque de las generaciones, todo a lo largo de nuestro atribulado planeta?
¿Por qué este amplio abanico de las conmociones más diversas no afecta hoy, por otra parte, a esta Argentina que acaba de votar pacíficamente? Los optimistas sostienen que es justamente porque la Argentina ya las tuvo en 2001, y desde entonces aprendió a “blindarse” contra ellas. Los pesimistas dicen, al contrario, que es justamente porque la Argentina todavía no las tuvo y en poco tiempo, si no cambia de rumbo, las padecerá.
Fuente: La Nacion (Argentina)
Discussion
No comments for “Argentina: Conmociones comparadas – por Mariano F. Grondona”